En los días posteriores al 2 de julio, media España ha sido un clamor pidiendo justicia ante el asesinato de Samuel Luiz, un chaval de 24 años de A Coruña, brutalmente apaleado hasta su muerte por una panda de jóvenes de edades similares (menores incluidos). Samuel era gay y, nada más conocerse su orientación sexual, se consideró que había sido un crimen homófobo porque su principal asesino lo había increpado al grito de “para de grabar o te mato, maricón”. El relato de testigos indica que todo se desencadena porque el asesino piensa que Samuel lo está grabando con el móvil. Personalmente soy de las que piensa que “maricón” fue un insulto añadido, homófobo, sí, pero como podía haber utilizado “cabrón” y que, justo en este caso, salvo que el asesino principal y sus cómplices conocieran la orientación sexual de Samuel (cosa que está por demostrar), la motivación principal no fue la homófoba.
Quienes llevamos décadas trabajando con jóvenes sabemos que “maricón” es un insulto muy común, hasta incluso a veces, en ciertos contextos, se dice “de broma” y “con cariño” (en una suerte de normalización de las palabras que dañan). Maricón es el insulto por excelencia que desarma a un hombre, a lo que se presupone ha de ser “un verdadero hombre”, que cuestiona la masculinidad hegemónica, porque o eres hombre/macho o eres maricón, no hay punto intermedio en la mentalidad sexista y heterocéntrica de algunos.
Para que se produzca violencia homofóbica, lesbofóbica, bifóbica, transfóbica, intersexfóbica se ha de conocer que la persona contra la que se dirige la violencia presenta esa orientación o identidad. La violencia machista maltrata a las mujeres por ser mujeres, la violencia aporofóbica quema mendigos en los cajeros precisamente por eso, por ser pobres, la violencia capacitista agrede a personas con discapacidad por ser diferentes, la violencia etaria se ensaña con la infancia o con las personas mayores por el adultocentrismo reinante,… Toda violencia identifica en su objeto de ataque lo que el agresor entiende como su vulnerabilidad. Pero hay violencias gratuitas e indiscriminadas en las que el objetivo da igual, lo importante es descargar la ira, la frustración, la rabia, el odio,… contra quien sea. Habitualmente existen causas, claro que sí, pero a veces la causa es indeterminada: “me miró mal”, “me grabó”, “se tropezó conmigo”,… cualquier excusa es válida para atacar, para quedar como el macho alfa de la manada.
Estoy absolutamente convencida de que los asesinos de Samuel eran homófobos, por supuesto que sí, al igual que eran racistas, o machistas,… porque la violencia va indefectiblemente unida a esos tres elementos, y a algunos más. Ya escribí en otro post cómo se construía la masculinidad hegemónica o tradicional, y violencia y masculinidad hegemónica van de la mano: las carencias en el mundo emocional, en la capacidad de conectar y gestionar las propias emociones, lo que también implica la despersonalización emocional del otro, de la otra; el control de las situaciones; la competitividad; el riesgo (el consumo de alcohol y otras sustancias para demostrar virilidad); el modelo heteronormativo impuesto y las fratrías (no olvidemos que el asesino principal fue a por aliados para culminar la agresión),… son algunos de los elementos de esa masculinidad que tanto daño nos ha hecho a las mujeres y personas que se alejan de los modelos patriarcales (gays, lesbianas, trans,…)
Poco se ha evidenciado sobre que la homofobia en el caso de Samuel iba más allá del insulto de “maricón”. En su propio contexto familiar y de socialización había homofobia al invisibilizar su orientación sexual, la religión evangélica a la que pertenecía ha dicho barbaridades del colectivo LGBTI,… Mientras no se tenga libertad para ser, para expresarse, para amar,… a cualquier persona y en cualquier contexto habrá lgbtifobia, y el asesinato de Samuel es el resultado de una sociedad enferma que no ha sabido reconocer y aceptar la diversidad. Es el resultado de una sociedad que sigue invisibilizando la terrible influencia del sexismo, el machismo, la misoginia, el racismo, la lgbtifobia,… para sustentar a jóvenes que terminan asesinando. Y, en definitiva, es el resultado de una sociedad violenta que no educa a las criaturas en el buen trato, que no incide en el respeto a las diversidades o en la autogestión emocional de los niños (varones)… y que sigue legitimando un modelo de masculinidad que cada vez se cobra más vidas.
Cuando escribo estas líneas me entero del último giro de guion del caso de Samuel: al final la novia del asesino es la mala, la instigadora,… Si es que en el fondo las mujeres somos las malas de la película. Da igual que hayan sido varios varones jóvenes los que le hayan pateado hasta la muerte, en el fondo, todo empezó porque una vocecita femenina incitó al asesino. ¿Hay algo más perverso en todo esto que desviar el foco del asesino (o asesinos) y ponerlo en ella?
En este caso, no sólo hay lgbtifobia, hay machismo, hay masculinidad hegemónica, hay patriarcado,… y, o somos conscientes de la interrelación de todos los elementos, o perderemos fuerzas en las luchas separadas para poder erradicarlos.
La legitimación política de los discursos del odio es un elemento más que está azuzando a los violentos, pero no olvidemos que los violentos tienen un contexto familiar, escolar, de barrio, de amistades,… Para que germine la semilla del odio, antes se ha tenido que abonar un terreno. O trabajamos por cambiar los abonos, desde la prevención, desde la educación para el amor, el respeto, la resolución pacífica de conflictos,… o habrá más Samueles asesinados. Las agresiones lgbtifóbicas continúan, pero también las racistas, capacitistas, etarias, y, las que nunca han cesado a lo largo de los siglos, las machistas-misóginas (y todas ellas entremezcladas). No podemos aferrarnos a una causa sin entender que todas van de la mano, que lo que hay que deconstruir es el modelo hegemónico que produce violencia, la raíz estructural de la misma. Estoy convencida de que, más allá de ser una canción de Malú, sólo el amor (*) nos salvará.
(*) Mi concepto de amor está atravesado de escucha, respeto, vínculos seguros, cuidados, diversidad, compromiso, reciprocidad, afectos, lealtad, ternura, asertividad, capacidad de autorregulación emocional, aceptación, autoestima, libertad, justicia, igualdad,… Y de muchas cosas más que darían para otro post.
(**) Incluyo la canción de Malú, ya que he hecho referencia a ella, para que se haga un análisis del contenido y los estereotipos que transmite, para ver qué tipo de “amor” nos venden los productos culturales y qué otro amor tenemos que reclamar y poner en práctica.