Comenzamos el curso escolar más atípico que recuerdo, marcado por la pandemia del coronavirus y la incertidumbre de la comunidad educativa ante la (in)seguridad de las medidas a adoptar desde los centros escolares para evitar los tan temidos contagios. Son ya numerosas las voces que se han alzado alertando del riesgo que puede suponer la apertura de colegios e institutos si no se garantiza la distancia social, la disminución de ratios, el incremento de docentes, los espacios adecuados (al aire libre o muy bien ventilados), el uso de mascarillas y la desinfección periódica.
Ante esta realidad, nueva y desconocida hasta ahora en nuestro contexto, hay diferentes posturas por parte de las familias: a muchas no les queda otro remedio que enviar a sus criaturas a los centros escolares pues los escasos o nulos recursos para la conciliación impiden otras alternativas; muchas confían en la fortaleza de la infancia y la adolescencia y la menor incidencia del virus en este colectivo (al final habrá que pasarlo, pues más vale pronto que tarde); otras confían en la profesionalidad de los centros educativos para garantizar la seguridad (me consta que están haciendo lo imposible para que esto suceda, chapeau por equipos directivos y profesorado!)… La diversidad es grande. Pero también hay otras muchas familias que, ante la colisión de dos derechos, la educación y la salud, prefieren optar por proteger la salud y garantizar la educación en el contexto domiciliario. Hay niños y niñas con dificultades sanitarias y exponerse en estos momentos, tal y como está el nivel de contagios, puede ser un riesgo importante para su salud. Se ha escuchado por parte de líderes políticos en distintas Comunidades Autónomas, que las familias que no envíen a sus criaturas al colegio por este motivo se enfrentan a penas de cárcel. Un auténtico despropósito. Proteger a un niño o una niña nunca puede estar penalizado. No estamos hablando de un absentismo negligente o desprotector, estamos ante unas circunstancias inéditas frente a las que hay que articular respuestas creativas y novedosas, que no penalicen a las ya sobrecargadas familias.
En 2018, en Canarias, se promulgó un decreto que regula el absentismo escolar y se definió este como la “reiterada ausencia temporal injustificada, no permanente ni definitiva, del alumnado al centro educativo en el que está escolarizado y que supone un riesgo para desarrollar satisfactoriamente los procesos de enseñanza y de aprendizaje”. ¿Pero y si la ausencia está justificada y no supone un riesgo para el proceso de enseñanza-aprendizaje? ¿Y si las familias garantizan que el aprendizaje se produce pero en otro contexto? Ya tuvimos un trimestre de enseñanza virtual, no es lo más idóneo en la infancia, lo sé, soy plenamente consciente de ello, pero ¿qué preferimos? ¿Una infancia “virtualizada” o en la UCI?
Hay quien afirma que las familias que no quieren llevar a sus criaturas al colegio en las actuales circunstancias son irresponsables porque anda que no ha habido niños/as en las playas y en los parques este verano… No es lo mismo. Playas y parques son espacios abiertos donde no hay sobreexposición, no son aulas cerradas con escasa ventilación donde las niñas y niños tienen que pasar 5 horas diarias (en algunos casos con ratios de 28). Y, no sé si lo habrán pensado, pero igual las familias que no quieren llevar a sus hijos/as al cole ahora, no son las mismas a las que acusan de haberlos tenido en parques, playas o centros comerciales durante este verano. Insisto, hay mucha diversidad, y hay que valorar cada situación concreta, con nuevos indicadores. En esta situación ya no nos sirven los mismos parámetros para valorar el absentismo “tradicional” porque las realidades son múltiples y complejas.
A la realidad de las familias protectoras y temerosas del riesgo al que se pueden exponer sus hijos/as, se le confronta otra realidad, espero que minoritaria. Durante los últimos meses hemos visto cómo ha crecido exponencialmente el número de personas negacionistas del virus, gente que habla de conspiraciones para un nuevo orden mundial, que está en contra de las vacunas, de las mascarillas, de las pruebas PCR,… de todo, en definitiva, que huela a ciencia y a recomendaciones oficiales. Pues, oh sorpresa, los/as negacionistas también tienen retoños, y ya han advertido que sus hijos/as no utilizarán mascarilla (porque les resta oxígeno y no sé cuántas sandeces más) y se negarán a pruebas médicas sin su consentimiento. Otra guinda para el pastel.
Nos espera un curso complejo, y el Trabajo Social tiene mucho que decir frente al absentismo escolar. ¿Vamos a valorar igual el absentismo protector que el negacionista o que el negligente? ¿Qué nuevos indicadores vamos a considerar para dar respuesta a las nuevas situaciones que nos aguardan? ¿Vamos a saturar los Servicios Sociales municipales, ya desbordados con la crisis, con casos de absentismo de familias protectoras? ¿Se deben emplear recursos públicos para iniciar expedientes de riesgo a familias por querer garantizar el derecho a la salud de sus hijos/as? ¿De qué lado estaremos las/os trabajadoras/es sociales? Yo lo tengo muy claro, siempre estaré del lado que quienes garanticen los derechos de la infancia, de quienes primen por encima de todo el bienestar y la calidad de vida de niñas/os y adolescentes, y de aquellas familias protectoras, que ante situaciones excepcionales adoptan decisiones excepcionales. Y no, ahí no entran las familias negacionistas.
Urge replantearse el sistema educativo como lo hemos entendido hasta el momento, es necesario regular el homeschooling, convertir la comunidad en una gran escuela, salir de las aulas y aprender (y aprehender) el mundo de otra manera. Replantearse el conocimiento y lo que se enseña, cómo se socializa y quiénes socializan (la escuela no es el único lugar de socialización), y claro que para familias en situación de vulnerabilidad la escuela es un elemento protector y compensador de desigualdades, por supuesto, pero quizás debamos reforzar otros sistemas protectores, quizás debamos cuidar y proteger de otra manera y no pedirle a la escuela que haga lo que el resto incumple. Para muchas criaturas la escuela es su primer hogar, para otras, víctimas de acoso, un lugar terrorífico, para mucho alumnado con NEAE (Necesidades Específicas de Apoyo Educativo), un lugar que no terminan de entender ni le da respuestas ajustadas a sus necesidades,… para una mayoría importante, un lugar de aprendizaje y relación con sus amigos/as. Precisamente, porque la realidad es diversa, no pretendamos homogenizar las respuestas.
El curso 2020 / 2021 es todo un reto, en estos momentos nos enfrentamos a la misma incertidumbre profesorado, familias, alumnado y personal no docente, y depende de la colaboración de TODA la comunidad educativa para que esto funcione y superemos el curso con buena nota. Sepamos estar a la altura y respetemos todas las situaciones, siempre que no entorpezcan o limiten el aprendizaje del alumnado, sea en el contexto que sea. Hoy más que nunca, la colaboración entre familias y profesorado es absolutamente imprescindible. ¡A por el nuevo curso, con renovadas energías!