Un estado de alarma por una emergencia sanitaria es una situación sin precedentes en nuestro país, y ha puesto de manifiesto las mayores grandezas y bajezas de nuestra patria, lo que ratifica que seguimos viviendo en esas dos Españas de las que nos hablara Machado, una que nos hiela el corazón y otra que nos recuerda que en la solidaridad, el sentido común y el respeto se halla la salvación como especie.
En estos días hemos visto a través de las redes sociales a gente paseando como si tal cosa, ajena a las instrucciones dadas por el Gobierno, es más, diciendo que se las saltaban si les daba la gana (yo aprovecharía a multar a diestro y siniestro para recuperarnos de la crisis rápidamente), personas aprovisionándose de víveres en los supermercados cuando se ha dicho que los suministros básicos están garantizados, mascarillas, alcohol y geles desinfectantes agotados desde hace semanas,… todo ello sin pensar en que hay pacientes de riesgo que necesitan esos productos y que no los han podido conseguir porque ha primado el egoísmo de unos pocos frente al bien común.
El miedo es un mal aliado en las crisis, y la desinformación también. Tras sobresaturarme de vídeos y audios enviados por distintas redes sociales en los últimos días, he tomado la decisión de no abrir ninguno para evitar tener que estar yendo a www.maldita.es cada 5 minutos a comprobar bulos y, sobre todo, para evitar incrementar los niveles de ansiedad en una situación que por sí sola genera suficiente incertidumbre. El coronavirus ha demostrado lo frágil que es el equilibrio planetario, lo manipulable que es el ser humano y lo urgente de un cambio de sistema económico y social, que ponga en el centro la sostenibilidad de la vida y los cuidados, y donde se prioricen los servicios públicos frente al desmantelamiento del Estado de Bienestar.
En estos días hemos visto como personajes repulsivos de nuestra política aludían en redes sociales a las pruebas que se habían hecho en laboratorios PRIVADOS, o como paseaban por la calle a sabiendas de estar contagiados sin ninguna medida de protección. Esta situación nos ha puesto en evidencia una dualidad, dos modelos de entender la sanidad, de entender la política y de atender a la ciudadanía. Un modelo que cree en lo público y que tiene necesariamente que reforzarlo, y un modelo egoísta del “sálvese quien pueda” o mejor, sálvese quien se lo pueda pagar. Si algo nos ha puesto de manifiesto este virus son las grandes desigualdades existentes en nuestro país, fruto de crisis no superadas y de gestiones neoliberales que priman los intereses económicos frente a la calidad de vida de las personas.
Las/os profesionales del Trabajo Social tenemos el privilegio de tener una mirada diferente en las crisis, una mirada que recuerda que el confinamiento en los hogares pone en riesgo a mujeres y niñas/os que sufren violencia, una mirada que recuerda que hay miles de personas sin hogar que no tienen donde confinarse, que valora que al cerrar los centros educativos muchas criaturas se quedarán sin su sustento alimenticio diario, que entiende la soledad y la vulnerabilidad de las personas mayores o con discapacidad, en los CIEs (Centros de Internamiento de Extranjeros), en recursos de acogida, sin redes de apoyo,… Infinidad de situaciones que requieren la intervención especializada de trabajadoras/es sociales y otros perfiles que desde los Servicios Sociales están al pie del cañón, dando respuesta a estas y otras situaciones de riesgo. Ha sido el sistema más olvidado en los aplausos, está claro que sobre la sanidad está recayendo el mayor estrés y el desborde de la pandemia, pero no podemos olvidar que hay perfiles profesionales que son fundamentales para que el sistema funcione: desde quienes recogen la basura pasando por quienes transportan los suministros, reponedoras/es, repartidores/as, personal de supermercados y pequeñas tiendas de alimentación, de farmacias,… y especialmente desde mi profesión, un reconocimiento especial a quienes trabajan en recursos de acogida, en residencias de personas dependientes, como auxiliares de ayuda a domicilio,… en definitiva en los Servicios Sociales de base y especializados, en el sistema educativo (que nos estamos rompiendo el coco en buscar estrategias para las clases virtuales) y en el sistema sanitario, el magnífico sistema público que tenemos. A ver si quienes se asoman a aplaudir estos días a las ventanas, en lugar de votar opciones que desmantelan lo público votan por opciones que lo refuercen.
Las crisis nos provocan inseguridad pero si somos capaces de superar esta, y lo seremos, es hora de replantearse un cambio radical en el modo de vida conocido hasta ahora. La evidencia es clara: la suspensión de la actividad en China ha supuesto un respiro al planeta, igual a partir de ahora tenemos que replantearnos qué modelo de sociedad y de economía queremos. No hay muchas opciones, u optamos por reforzar los vínculos comunitarios, el apoyo social, reducir el consumo y eliminar lo superfluo o esta será la primera de muchas crisis, el reto es poder superarlas sin lamentar excesivas pérdidas… Ya hemos visto que en este caso no será posible, ¿seguiremos esperando las siguientes o seremos capaces de tomar decisiones responsables pensando en la población y no en el centro de nuestro ombligo o bolsillo? Esta vez lo que se nos pide es que nos quedemos en casa, igual en la próxima crisis no lo vamos a tener tan fácil…