Este 8 de marzo va a estar marcado por la movilización frente al auge de los partidos ultraconservadores, al margen de las reivindicaciones históricas para abolir el patriarcado y las violencias machistas. Hace décadas que la agenda política se ha impregnado de la agenda feminista, y aunque su ejecución dista mucho de lo que sería deseable, no cabe duda que se han producido avances significativos en muchos aspectos pero cuando los derechos de las mujeres dan pasos relevantes, la reacción patriarcal es tan furibunda que parece que nos volvemos a situar en el punto de partida. Y es profundamente agotador.
Llevo más de media vida explicando que el feminismo no está contra los hombres, que está contra un sistema injusto en el que nos socializamos todas y todos, un sistema que daña, que es productor de desigualdades, de violencias, que el feminismo pretende subvertir ese sistema y construir un mundo igualitario, respetuoso, diverso y libre; pero no hay manera, los neomitos siguen presentes, se retroalimentan e innovan, y día sí y día también tenemos que justificar que no somos brujas malvadas. Hartazgo, profundo hartazgo. Hay una frase atribuida a Goebbels, ministro de Propaganda nazi, “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, que se ha convertido en el leitmotiv de la política actual (tanto en la parlamentaria como en la que se cuece en los bares, que a veces resulta difícil distinguir una de otra, tal es el nivel).
Y las próximas semanas van a estar condicionadas por la confrontación pre-electoral. Un barrizal de mentiras y descalificaciones que de nada servirán para solucionar la vida del electorado, objetivo principal del servicio público que ha de ser la política. Y en estas elecciones las mujeres nos jugamos mucho, pero es terrible que nuestro voto se haya convertido en un voto cautivo del miedo y no en un voto totalmente libre. Me explico: ahora mismo la única opción para frenar a la ultraderecha es un voto a formaciones de izquierdas o centro-izquierda con capacidad de gobierno. Quizás nuestra ideología nos impulse a votar a un pequeño partido político con el que compartimos infinidad de planteamientos, pero no servirá de nada con el sistema electoral español si no alcanza representación parlamentaria. De ahí que en esta ocasión, más que nunca, sea un voto cautivo, pero estoy convencida de que la opción para frenar al neofascismo es votar al PSOE o Podemos+IU+confluencias varias, los únicos grupos potentes con opciones reales, eso sí, y es una exigencia a estas formaciones, dado que la derecha y ultraderecha tienen claros los pactos, tripartitos en esta ocasión, más vale que la izquierda lo clarifique también y se una porque la ciudadanía progresista está (estamos) harta de divisiones que lo único que favorecen es el desencanto de sus votantes, la abstención y la subida de quienes quieren volver a la España del No-Do.
El feminismo será el freno del neofascismo en las calles, y en muchas instituciones, pero tiene que haber un proceso paralelo liderado por formaciones de izquierdas en el gobierno del país (y de Comunidades Autónomas y corporaciones locales). En Andalucía hemos tenido la primera alerta; está surgiendo una generación de votantes marcados por el odio, el resentimiento, la desinformación, la desesperanza, la precariedad,… que en manos de la ultraderecha son un peligro para los derechos conquistados. La brecha entre ricos y pobres, la corrupción, la desigualdad,… son armas de doble filo manipuladas por quienes se aprovechan de la falta de pensamiento crítico y el desencanto político. Vendedores de humo que se presentan como salvadores de la patria que nos retrotraerán al medievo si nos descuidamos. Sí, tenemos un voto cautivo por el miedo, pero pese a todo hay que usarlo, porque la distopía que planteó Atwood se encuentra cada vez más cerca, y puedo asegurar que eso será todavía más terrorífico.
Este 8 de marzo, pues, inundemos las calles de violeta, de esperanza, de alegría, de igualdad,… demostremos que somos más y, sobre todo, que la razón está de nuestro lado.