El pasado viernes 12 de mayo de 2023 tuvo lugar en la sede de Presidencia del Gobierno de Canarias una jornada formativa organizada por la administración pública sobre “El acompañamiento desde el modelo de parentalidad terapéutica” impartida por un señor al que no voy a hacer más publicidad de la que ya tiene, y del que diré que es psicopedagogo, educador social y formador en estas cuestiones de la crianza protectora de criaturas. En una sala repleta de profesionales de la intervención social, el ponente comenzó la sesión planteando una elección: si preferían una intervención sesuda y muy académica o algo divertido y dinámico, por supuesto, el público eligió lo divertido, introduciendo la formación con algunos vídeos rockeros, que oye, que la música está muy bien y puede resultar muy terapéutica en la crianza (salvo que sea reguetón sexista)… pero prosigamos. También indicó que quería conocer los perfiles profesionales allí presentes y comenzó a preguntar para que el auditorio indicara, a mano alzada, a qué perfil pertenecían. La situación se desarrolló, más o menos, de la siguiente forma (el vídeo, ya que la sesión fue presencial y en streaming, no se encuentra disponible en el momento de redactar este post por lo que no se puede transcribir literalmente):
- ¿Quiénes son de psicología? (levantan la mano las personas presentes)
- ¿Quiénes son de pedagogía? (ídem)
- ¿Quiénes son educadores/as sociales? (ídem)
- ¿Quiénes son trabajadoras/es sociales, esas que quitan los niños a las familias? (levantan la mano) a lo que añade el ponente: ya notaba yo la oscuridad por ahí (refiriéndose a donde estaban sentadas)
- ¿Quiénes son de integración social?
- …
Fueron nombrados múltiples perfiles profesionales del ámbito de la intervención social y sólo con las trabajadoras sociales se permite hacer semejante “broma”. Me consta que a muchas personas les puede parecer divertido, pero considero que no tiene nada de gracioso que desde un foro profesional y desde una jornada formativa promovida por una entidad pública se siga perpetuando un estereotipo semejante (“quitaniños”) sobre el Trabajo Social, por no añadir lo de que en donde estaban situadas las trabajadoras sociales presentes se notaba “oscuridad”.
Que las personas con las que trabajamos tengan todavía en mente que nos dedicamos a quitar niñas y niños puede ser hasta comprensible, que lo haga un profesional que se presenta como experto en crianza terapéutica, me parece totalmente fuera de lugar. Y no es un tema de sentido o no del humor, durante su intervención se realizaron comentarios y chascarrillos que pueden ser cuestionables, cada persona sabrá dónde establece los límites, pero el comentario mencionado no creo que sea para reírse y dejarlo pasar (de ahí este post y la correspondiente queja formal que trasladaré a quien competa). ¿Nos reímos cuando las familias, atemorizadas, nos preguntan si les vamos a quitar a sus criaturas? ¿Lo tomamos a broma en esas circunstancias? Entonces, ¿por qué lo toleramos en un contexto formativo?
El Trabajo Social, afortunadamente, desarrolla múltiples funciones que contribuyen al bienestar social y la calidad de vida de las personas, y quitar niños o niñas no es una de ellas; las personas profesionales saben que una medida de protección (desamparo) es un proceso complejo, en el que suelen intervenir diferentes perfiles para la valoración, hasta llegar a la adopción de la medida definitiva. Banalizar sobre un tema tan serio y que normalicemos la broma es preocupante. Para alcanzar una identidad profesional seria y rigurosa, tenemos que frenar y cuestionar los estereotipos que han pesado históricamente en nuestra disciplina, los más comunes referidos a las “arreglapaguitas” y las “quitaniños” y, efectivamente, perpetuar esos estereotipos nos sitúa en un lado oscuro al que el Trabajo Social del siglo XXI no puede volver.
Y añadiría más, desde un análisis feminista de lo ocurrido, creo que la falta de respuesta ante lo que consideramos “sentido del humor” o un chascarrillo más de los múltiples que aderezaron la intervención del ponente (algunos de bastante mal gusto, por cierto) tiene que ver con los déficits de autoestima profesional que arrastra el Trabajo Social al ser una profesión feminizada. Como mujeres nos cuesta, al igual que a las mujeres con las que trabajamos, identificar microviolencias (y a veces hasta macro); todo comentario lesivo para una identidad personal, o colectiva en este caso, lo entiendo como una forma de violencia. Y no, no todo vale en el humor, pero parece que a ellos se les permiten determinadas transgresiones que en nosotras serían vistas como irrespetuosas o provocadoras, porque ya se sabe que, según el estereotipo sexista al uso, “calladitas estamos más guapas”, mientras que, si ellos abren la boca, aunque sea para decir disparates, poco les tosen.
Creo que el Trabajo Social tiene historia y trayectoria suficiente para tenerse ganado el respeto del resto de profesiones, sin nuestra presencia no se entendería la construcción del Estado de Bienestar en nuestro país. Después del Trabajo Social han ido surgiendo otros perfiles profesionales (Educación Social, Integración Social,…) con los que hemos convivido en mayor o menor armonía, pero conscientes de que todos se hacen escasos ante la realidad social que nos desborda. Se puede hacer humor sin denostar profesiones, se puede cambiar el mundo sin violencia y se puede desempeñar un magnífico Trabajo Social fuera del lado oscuro. Que la fuerza nos acompañe.
A mi definitivamente me falta saber en qué momento se perdió el norte del respeto y la responsabilidad.
Este elemento es un vulgar sinvergüenza al que haberle parado los pies allí mismo por parte de quien organizó el «evento» exigiendo una rectificación o su salida de la sala.
Espero que al menos desde el Colegio Profesional se tome alguna iniciativa