En momentos en los que la sociedad y el debate político está tremendamente polarizado es importante parar, reflexionar y ver la realidad desde diferentes perspectivas, observar cuidadosamente los matices. Pero para esa mirada es necesario situarnos en un marco ético desde el que afirmar que determinados valores, hechos, situaciones,… no admiten medias tintas, flexibilidades o negociaciones. La justicia social, la igualdad, la democracia, la libertad y la dignidad de las personas son innegociables. También lo son el reconocimiento y el respeto de las diversidades, la redistribución equitativa de la riqueza y el poder o construir relaciones bientratantes donde el daño y la violencia no sean una opción.
Es preocupante que con la situación tan crítica que estamos viviendo, con la sanidad y los servicios sociales al borde del colapso, sigamos funcionando con los viejos patrones anteriores a la pandemia. Cuando estábamos en confinamiento estricto en marzo y abril, y la gente salía a aplaudir a los balcones, fui optimista durante un corto espacio de tiempo pensando que esto supondría un cambio de conciencia y de modelos sociales, económicos, políticos,… El optimismo duró poco. Nos han vendido hasta la saciedad esa expresión de “nueva normalidad”, pero no está teniendo nada de nueva ni de normal. La radicalización de posturas (racistas, antifeministas o transfóbicas) es el pan de cada día en mis redes sociales y últimamente no me apetece nada tomar partido ni encuentro un espacio en el que sentirme totalmente a gusto y segura.
Creo que se puede ser antirracista y no dejar de reconocer que vivimos una crisis migratoria a la que hay que dar respuesta desde el marco de los derechos humanos y desde el fomento de una interculturalidad respetuosa, pero no se pueden amontonar miles de personas en condiciones infrahumanas sin correr el riesgo del rechazo de la población autóctona con la que no se ha trabajado en convivencia inclusiva y también tiene serias dificultades para cubrir sus necesidades básicas. Mientras no se rompa el miedo “al otro” como un riesgo de perder “lo nuestro” difícilmente avanzaremos hacia esa convivencia pacífica. Mientras no trabajemos en la conciencia de que “lo nuestro” es de todos y todas, de que hay que socializar la riqueza sin dejar de hacer frente a las mafias que se aprovechan de la miseria y la violencia de los países de origen, no lograremos construir un mundo en el que dejen de existir fronteras y las personas sean reconocidas por su dignidad y no por la legitimidad de sus documentos.
Creo que se puede ser feminista y antitransfóbica y se puede ser trans y feminista; la polarización del debate trans versus feminismo radical me preocupa, porque no acabo de sentirme cómoda con planteamientos que excluyen en lugar de sumar lo que nos une. Y nos une el patriarcado como enemigo común; si desde el feminismo llevamos siglos luchando por ampliar derechos, creo que se pueden garantizar los mismos sin limitar los ya alcanzados. Tengo claro que las mujeres no podemos dar ni un paso atrás en las conquistas alcanzadas, pero no tenemos que retroceder para que otras y otros avancen; esa es la clave de la igualdad. Los insultos, las imposiciones, las humillaciones a personas no son de recibo en la reivindicación de derechos. Por eso el título de una tercera vía, un diálogo constructivo que acerque posturas desde un planteamiento asertivo, es decir, defendiendo nuestros derechos sin vulnerar los de otras personas y sin dejar que vulneren los nuestros. Creo en el feminismo dialógico como estrategia que nos haga avanzar a todas y creo que tenemos que hacer un esfuerzo por acercarnos y construir un futuro vivible y sin riesgos ni violencias para todas, sin dejar a nadie atrás.
Creo que una persona puede ser hetero y respetuosa con la diversidad LGBTI, creo que se puede ser adulta y reconocer y comprender las necesidades de la infancia, o no tener discapacidad y ver el mundo con las barreras con las que se encuentran estas personas,… pero eso no significa apropiarnos de la voz y el protagonismo de las oprimidas porque el límite para situarnos en el lado opresor es muy difuso. Y paradójicamente, en determinadas situaciones y contextos podemos ser oprimidas y opresoras a la vez. La revisión constante de nuestros privilegios, prejuicios y estereotipos nos hará estar más alerta para no convertirnos en parte del sistema que daña sino ser parte de ese nuevo modelo emancipador.
Una nueva normalidad es posible, sin discursos de odio, con un diálogo igualitario que contribuya a una alternativa de construcción conjunta de un mundo mejor. Esa tercera vía alejada del inmovilismo y la crispación es un camino a explorar…
Muchísimas gracias por tus reflexiones, a mi me ayudan mucho y estoy de acuerdo contigo.
Muchas gracias compañero! Un abrazo fuerte!