Se acaba el primer mes de 2018 y no tengo ni ánimo, ni tiempo ni ganas para escribir un post con fundamento. El balance no puede ser más desalentador: la primera víctima mortal de la violencia machista de este año fue en Tenerife, como podría haber sido en Cuenca, porque siguen siendo asesinadas mujeres por el hecho de ser mujeres, por atreverse a ser ellas, por contradecir los designios patriarcales, porque un macho decide que es de él o de nadie.
Frente a eso, el presidente del país en el que vivo (y que no me representa) dice que la igualdad no importa, bueno, no así exactamente, pero que ante la desigualdad salarial “no nos metamos en eso”. Claro presi, no hay que meterse en eso, no hay que evidenciar que entre hombres y mujeres hay una brecha que, si no nos metemos en ella, no se cerrará nunca. Que un presidente ningunee la igualdad públicamente y no pase nada es un indicador del nivel de anestesiamiento colectivo de este país. Mientras, las feministas seguimos empeñadas en cambiar las cosas y se está convocando una huelga para este 8 de marzo: “pararemos nuestro consumo, el trabajo doméstico y los cuidados, el trabajo remunerado y nuestros estudios, para demostrar que sin nosotras no se produce, y sin nosotras no se reproduce”. Ojalá pudiéramos parar el mundo no sólo un día, sino todos los que sean necesarios hasta la erradicación definitiva del patriarcado violento.
En estos momentos sólo confío en el poder de la movilización feminista, de las mujeres que están alzando las voces hartas del acoso, del maltrato, de la invisibilización,… Movimientos como el #MeToo donde mujeres públicas (y no precisamente con la definición de la RAE) alzan sus voces contra la violencia sexista. No han faltado réplicas de otras mujeres, las aliadas del patriarcado, que no vienen sino a confirmar lo interiorizada que tenemos la subordinación y la opresión (y que ser mujer no es garantía de nada y menos de ser feminista). Mary Wollstonecraft dijo hace tres siglos que muchas mujeres más pareciera que se dedicaran a sacar brillo a sus cadenas que a tratar de sacudírselas, pero pese a la legitimación y a las alianzas patriarcales, quiero creer que el movimiento transformador es imparable. Quiero creer en una agenda de mínimos que pasa por la erradicación de la violencia y por construir un mundo bientratante, quiero creer que hay otros hombres alejados del modelo de nuestro vergonzoso presidente; en este mes se han dado algunos ejemplos: el discurso de Justin Trudeau en el Foro de Davos (el perfecto ejemplo de patriarcado y capitalismo en estado puro salvo por alguna voz que aporta algo de disidencia comedida) o el último libro de Octavio Salazar “El hombre que no deberíamos ser”. Hombres que parecen representar un nuevo modelo de masculinidad alternativa alejada de la hegemonía dominante, hombres necesarios para construir un mundo diferente e igualitario.
Quiero creer… porque la realidad a veces se vuelve muy tozuda y se empeña en mostrarme lo contrario.
Este mes me he enterado de una iniciativa curiosa: el reloj que marca la llegada del Apocalipsis! Por primera vez, en casi un siglo, estamos más cerca del mismo… o subvertimos el orden establecido o nos esperan tiempos muy, muy difíciles!