Hoy me levanté con la triste noticia del fallecimiento de Vicente Ferrer. Es una pérdida lamentable para quienes creemos en la construcción de un mundo más justo. Puede que hubiera gente que no compartiera sus métodos o su obra, puede que hubiera gente que ni siquiera le importara, pero quienes tuvimos la oportunidad de conocerle nos impactó su sencillez, su cercanía, su firme convencimiento de que «otro mundo es posible» (como diría el lema antiglobalización).
Hace ya algunos años tuve la oportunidad de entrevistar a Vicente Ferrer en Gran Canaria, en un Congreso sobre el Vivir y el Morir, y hablamos sobre la vida y la muerte en la India, sobre su trabajo y sobre sus sueños… Me convenció tanto la sinceridad de sus palabras que me embarqué en el amadrinamiento de una preciosa niña (ya joven) de Anantapur, lugar donde la Fundación Vicente Ferrer desarrolla su labor.
Hoy se nos queda un vacío en el alma, pero nos queda su trabajo y la continuidad que seguro le darán Anna Ferrer, Moncho y toda la gran familia de India y España.
Quienes crean en un dios, estarán convencidos/as de que Vicente Ferrer ya estará con Él (o Ella), una, que no es muy creyente, está convencida de que, esté donde esté, estará en el mejor lugar posible, «vigilando» para que su obra perdure.
Cuando vi la noticia en TV me apené mucho. Sabía que era mayor y estaba enfermo, pero este tipo de personas excepcionales, no queremos que se vayan nunca.
Si alguna vez he tenido la idea de «irme» por el mundo a hacer el bien, uno de mis ejemplos a seguir era sin duda Vicente Ferrer. Casi siempre nos desanimamos pensando que somos una gota de agua en el océano, que no podemos hacer gran cosa por los demás, que los problemas son políticos, de las grandes naciones que gobiernan el mundo, pero ejemplos como el de Ferrer animan a los que un día fuimos idealistas a seguir creyendo en que la labor de una persona puede cambiar muchas vidas.
Tú ya has cambiado una, María, la de «tu» niña de Anantapur, más todas las que habrá cambiado él.
Descanse en paz.