En semanas pasadas las redes ardieron por un comentario de Ana Botín que afirmaba haber bajado su calefacción a 17 grados para contribuir a la crisis generada por la guerra contra Ucrania. Recibió respuestas muy inteligentes que decían que si bajaba las comisiones de su banco ya lo bordaba. Un banco que en 2021 reportó 8.124 millones de euros de beneficios, por cierto. A veces, cuando oigo hablar a las personas ricas (hombres en su mayoría, lo de Ana Botín es una excepción en el Ibex-35), pienso que viven en otro planeta. Miles de personas ni siquiera se pueden permitir el uso de calefacción; en Canarias vivimos en un lugar privilegiado y, salvo en determinadas zonas, no se suele usar calefacción, pero pienso en quienes viven en la Cañada Real en Madrid, leo las declaraciones de Botín y creo que cada vez más se abre un abismo insondable entre determinados contextos.
Buena parte de la riqueza del planeta se acumula en unas pocas manos y la mayoría de personas viven (o malviven) como pueden, en peores o mejores condiciones. Hemos asistido en los últimos años a una desposesión de derechos básicos y nos hemos creído el discurso de que vivimos por encima de nuestras posibilidades, mientras quienes realmente viven por encima de las posibilidades de una existencia sostenible nos aprietan cada vez más para engordar sus cuentas corrientes. Mansiones, yates, aviones privados,… son el pan de cada día de una selecta minoría, mientras otras damos gracias por tener un hogar con agua caliente y la nevera llena.
El capitalismo neoliberal lo ha logrado, nos ha hecho creer que la felicidad consiste en tener el último smartphone mientras se precarizan las condiciones de trabajo, que implica la libertad de dejarte tu mísero sueldo bebiendo en una terraza mientras los servicios públicos se merman y privatizan, que vivir en una habitación de una casa compartida es súper guay y sostenible porque el derecho a una vivienda digna hace tiempo que es historia, que trabajar de repartidor (“riders”) es lo más ecológico al tiempo que las multinacionales que te contratan degradan el medio ambiente. Nos han vendido la felicidad en tazas de Mr. Wonderful y nos la hemos tragado.
Cada vez es más banal y superficial el cuestionamiento del sistema y el pensamiento crítico; paradójicamente, frente a la evidencia científica, retrocedemos al medievo en muchos planteamientos. Está empezando una nueva caza de brujAs, sí, con A, porque va dirigida principalmente a aquellas mujeres que sostienen que “la tierra no es plana”, que no se pliegan ante los dictados patriarcales y capitalistas.
Frente a la distopía y el malestar social actual, no debemos olvidar el compromiso militante del Trabajo Social, una profesión garante de derechos, de justicia social, de igualdad de trato y oportunidades,… Se avecinan tiempos convulsos, no acabamos de salir de una pandemia y entramos en una guerra que nos traerá una nueva y grave crisis económica, ya lo estamos notando, y esto no ha hecho más que empezar. La ultraderecha va a capitalizar todo ese descontento y la incultura política va a aupar al poder a quienes nada importan los Derechos Humanos; frente a eso, la izquierda va dando bandazos sin sentido y metiendo la pata hasta el fondo en cuestiones clave (la última, el Sáhara Occidental). Creo que tenemos una responsabilidad en hacer pedagogía crítica con la población con la que trabajamos, volver a articular tejido comunitario y vínculos basados en la responsabilidad afectiva y el respeto mutuo, alejarnos de confrontaciones sin sentido y construir sobre lo que nos une y no lo que nos separa, o eso, o los discursos del odio acabarán fagocitando el sistema de bienestar que tanto nos ha costado construir. Los derechos conquistados están a un paso de desvanecerse como lágrimas en la lluvia…
Gracias Maria. No lo había leído. Como siempre brillante y con un dolor imposible de esconder. No quiero que el miedo me paralice pero tengo mucho, mucho miedo.
Pues sí, es preocupante, pero hemos de tejer alianzas sóricas y resistir, no queda otra! Resistiremos!