No pensaba escribir sobre esto, pero finalmente me voy a lanzar a hacer una reflexión sobre una formación a la que asistí la pasada semana en una Universidad de Verano. Cuando una asiste a una Universidad espera que los contenidos de la formación recibida tengan un nivel alto, bastante alto. Si yo me inscribo en un curso impartido por cualquier mindundi sin acreditación no voy a exigir calidad (de hecho, no me apuntaría), pero si pago 70 € y lo organiza la Universidad sí creo tener derecho a recibir una formación acorde a mis expectativas (que sí, son altas, pero entiendo que al centro productor de conocimiento por excelencia, la Universidad, hay que exigirle bastante).
No voy a identificar el curso pero sí ciertos elementos de su contenido o de las reflexiones que allí se dieron y que como feminista cuestiono. Si yo asisto a un curso sobre género, lo mínimo que espero es que sus docentes tengan una amplia formación en género (la mayor parte la tenían, pero hubo excepciones significativas) y no que me expliquen el complejo de Edipo. Las teorías psicoanalíticas han aportado una visión interesante sobre la construcción de la subjetividad humana y las identidades así como sobre la importancia de lo inconsciente en la vida de las personas, especialmente cuando tales teorías han pasado por una relectura feminista de las mismas (Juliet Mitchell, Julia Kristeva y todas las teóricas de la diferencia, Nancy Chodorow, Mabel Burin,… que, por cierto, no fueron citadas por la ponente que se explayó con el complejo de Edipo.) Mantener la ortodoxia freudiana en el siglo XXI para mí no tiene mucho sentido, y utilizar el complejo de Edipo a la hora de explicar la construcción de las identidades femeninas es algo que, en la actualidad, además de estar desfasado, está sobradamente cuestionado. Si en la triangulación madre – padre – hija, yo pregunto dónde quedan las parejas lesbianas o gays no se me puede responder que:
a) Bueno, en esas parejas también habrá alguien que esté más tiempo con el/la peque, le dé el biberón, cree más vínculos,… (¡roles de género tradicionales!)…
b) Cuando a mí se me ponen los pelos como escarpias y digo que hay parejas corresponsables, me dicen que eso es un fenómeno nuevo…
c) Y cuando yo digo que gays y lesbianas han existido de toda la vida y que sigo sin ver cómo encajan en el complejo de Edipo de las narices, me dicen que… “claro, es que yo no he trabajado eso y de lo que no sé, no puedo contestar”, algo que me parece muy ético (no hablar de lo que no se sabe, cosa que en este país hace muy poca gente), pero insuficiente para un curso universitario.
Segunda “anécdota” del curso que duraba cinco días, al cuarto, y después de tres días mordiéndome la lengua ante la afirmación de que las relaciones de pareja son complementarias (heteropatriarcalmente hablando), pregunté qué significaba eso de la complementariedad porque no acababa de entenderlo; maticé que si yo quería un complemento me compraba un foulard y no me buscaba una pareja y que desde el feminismo se había trabajado mucho para considerar a las personas como seres completas, sin necesidad de “medias naranjas”, y entendíamos que las relaciones de pareja debían configurarse desde la horizontalidad y la igualdad, no desde la complementariedad. Respuesta desde el curso:
a) “Hombres y mujeres somos complementarios biológicamente, si no, no podríamos tener hijos/as” (yo, al borde de un síncope, vuelvo a insistir en lesbianas y gays, quedé un poco machacona, sí, pero la invisibilidad LGBTI me tocó las narices, y también insistí en que se podían tener criaturas sin necesidad de un coito heterosexual, y además, aunque copulemos ello no quiere decir que seamos complementarios)
b) Ante mi discrepancia se afirma algo así: “las teorías que rechazan la complementariedad son teorías totalitarias, y los totalitarismos son peligrosos y pueden generar patologías psicológicas importantes”. Ser una persona completa parece que no es muy “cool”.
Conclusión: ¡soy totalitaria y patológica!, así que tras 70 € de matrícula y ni una puñetera carpeta con folios para tomar notas (tuve que protestar a la organización para que me dieran una), he hecho una formación sobre género que no me ha servido para nada salvo para:
a) Conocer compañeras muy interesantes en el curso, gracias especiales a Mélida por hacérmelo más soportable!
b) Disfrutar durante una semana del sur de la isla, del jacuzzi del hotel y del buffet libre (algo es algo!)
c) Ver películas que podría haber visto en Ia red (sí, una sesión del curso se dedicó a ver una película completa y otra a ver fragmentos casi completos). Está bien utilizar recursos audiovisuales, no digo que no, yo lo hago, el cine y la música aportan elementos de análisis importantes, pero cuando dispones de 20 horas lectivas y te dicen que no vas a poder aprender todos los contenidos y no te pueden explicar con detalle debido al escaso tiempo, invertir 4 horas en cine y no en el modelo que se suponía que el curso nos iba a transmitir me parece una organización del tiempo, cuando menos, curiosa. (En mi caso, los recursos audiovisuales los utilizo en cursos de más de 100 horas cuando hay suficiente tiempo para explicar contenidos al detalle).
d) Aprender que no debo volver a hacer un curso sin rastrear previamente hasta el último dato de sus ponentes y comprobar su sólida formación en género (y reitero que varias la tenían, cierto, pero se “colaron” planteamientos preocupantes).
Puede que alguien piense que soy muy exigente pero me suele hacer ilusión aprender algo nuevo cuando voy a un curso; en este caso, las reflexiones entre las alumnas fue, tal vez, lo más interesante.