Hoy, 1 de septiembre, se produce la vuelta al cole de miles de docentes; en los próximos días se irán incorporando al sistema educativo millones de niñas y niños, adolescentes y jóvenes con desigual motivación. Los y las más peques con ganas de volver a ver a sus amigos/as, jugar, aprender, divertirse, con inquietud por la maestra o maestro que les tocará,… Adolescentes y jóvenes con ganas de labrarse un futuro que el sistema hace cada vez más difícil o con ganas de que su centro educativo estalle por los aires y les deje de agobiar de una vez. Vinculaciones y motivaciones diferentes, miedos (situaciones de acoso: machista, racista, lgtbifóbico, por diversidad funcional,…), ilusiones, ganas, frustraciones,… En cada curso escolar ocurren muchísimas cosas, a veces situaciones difíciles que todos los agentes de la comunidad educativa hemos de gestionar con la máxima profesionalidad, rigor, compromiso y empatía. Alianzas necesarias que hemos de crear entre alumnado – familias – profesorado – personal no docente y recursos externos; todos estos agentes han de contribuir al unísono a la difícil tarea de educar, algo que resulta cada día más complejo para muchas familias a las que cuesta equilibrar afectos, normas, protección y garantías de bienestar. Y también resulta complejo para el propio sistema educativo, a veces desconocemos los intereses de las criaturas de esta generación y nos empeñamos en que aprendan cosas que no les interesan en absoluto ni son funcionales, en lugar de apasionarles por el conocimiento y la cultura de otra manera. Y así sobrellevamos un curso tras otro, en encuentros y desencuentros con familias, alumnado, Consejería,… (más encuentros que desencuentros, todo hay que decirlo).
Bueno, por ir un poco al grano, toda esta reflexión está inspirada por una anécdota en la piscina de mi comunidad en el día de hoy. Hay un cartel que prohíbe estar a peques menores de 6 años sin la compañía de una persona adulta, si tienen 7 ya se pueden ahogar sin problema. Pues bien, esta tarde había tres peques (dos niñas y un niño de 8, 9 y 10 respectivamente, sé las edades porque lo comentaban entre ellas y él), sin supervisión adulta. En una de estas, el niño trepa a un muro y propone saltar desde el muro a la piscina (había una separación entre el muro y la piscina de más de un metro y el muro no permitía correr para tomar impulso); yo, observando la maniobra y viendo ya la cabeza abierta de la criatura, decido intervenir: le digo al niño que es un poco arriesgado saltar del muro porque se podría hacer daño, el niño responde que no hay problema, que puede (ahí, reafirmando masculinidad!), tres mujeres que estaban en el otro extremo de la piscina también le gritan que no lo haga, yo a su vez vocifero preguntándoles si es su hijo (responden que no, de ahí que confirme lo de la ausencia de supervisión adulta); el niño insiste, yo le digo que estoy debajo de él y que no quiero que la sangre me salpique, él se empeña en tirarse por otro lado, le digo que me salpicaría igual,… finalmente tras un tira y afloja, y los gritos de una de las mujeres desde el otro extremo diciéndole que tenía que hacer caso a las adultas que había allí (aunque no tuviéramos una filiación genética) hacen desistir al chaval. Las adultas respiramos aliviadas y nos miramos todas con cara de: ¿dónde diablos están lxs irresponsables de sus padres? Puede que haya una explicación razonable para su ausencia, puede que simplemente utilizaran la piscina de niñera, pero ¿qué hubiera ocurrido si no hay personas adultas en la piscina (hay días que no hay nadie), y si hubiera saltado y se hubiera abierto la cabeza? Luego su familia se lamentaría de la desgracia, el dolor sería insoportable y sus vidas cambiarían para siempre. Como ocurrió con la vida de los/as familiares de Lucía, la niña de 3 años, que se “perdió de la vista de su familia” y acabó andando sola tres kilómetros y fue arrollada por un tren este verano en Málaga.
En un solo instante puede ocurrir una tragedia. Y toda esta perorata viene a aludir al sentido de la responsabilidad y los cuidados. Cada vez adultizamos más a la infancia y parece que puede cuidarse sola y no es así. Una cosa es favorecer la autonomía y otra muy distinta olvidar la supervisión y el apoyo parental. Una de las crías de la piscina, la de 9, le daba mil vueltas en autonomía y capacidad de iniciativa a personas adultas que conozco, pero sus interacciones, juegos, inseguridades (cuando creyó perder la llave de la piscina, por ej., porque la odisea de lxs peques continuó por largo rato) eran propias en el fondo de una niña de 9, que necesita, por muy autónoma que sea, una persona adulta de referencia.
La escuela achaca a las familias muchos problemas con los que llegan las criaturas a los centros educativos y las familias a veces también cuestionan la labor docente o delega en colegios e institutos tareas que corresponden al ámbito familiar; no digo que ambas partes no tengan razón en numerosas ocasiones, pero creo que ya es hora de que cada parte asuma plena responsabilidad en las tareas que tiene encomendadas y dejen de tirarse la pelota mutuamente. La patria potestad conlleva una serie de obligaciones de asistencia, cuidado y educación de las/os menores y cuesta horrores retirarla aunque los padres/madres sean auténticos incompetentes. También la escuela tiene obligaciones, entre ellas, tratar a las criaturas con respeto y afecto con el fin de que su proceso de aprendizaje sea lo más fructífero posible, y a veces encontramos casos, afortunadamente aislados, de profesionales poco profesionales (por decirlo de una manera suave). El problema fundamental es que las niñas y los niños están en medio, en medio de incompetencias y batallas adultas, en medio de guerras que no son suyas, en medio de leyes que dicen garantizar su interés superior sin que se les escuche,… Ya es hora que pongamos a las criaturas en el centro de los cuidados y la responsabilidad adulta, tanto por parte de las familias como de la escuela, evitaríamos mucho dolor y tragedias innecesarias.
Feliz vuelta al cole!