Asistimos a unos acontecimientos sin precedentes en los últimos años de esta frágil democracia en la que vivimos: el partido gobernante implicado en no sé cuántos casos de corrupción, el otro gran partido, referente histórico de la izquierda, enredado en luchas intestinas y poniéndole en bandeja el gobierno de la nación al partido corrupto (y de derechas), llegando a defenestrar a su Secretario General para eliminar obstáculos, y los nuevos (¿?) partidos utilizando improperios continuos para debatir en el Congreso, lugar donde se supone representan a la ciudadanía.
No he seguido los debates de investidura porque estoy cansada de machis tirándose los trastos a la cabeza (los discursos de las mujeres han estado ausentes), pero sí me parece importante cómo se dicen las cosas. Las formas pueden desvirtuar el fondo y no creo que haya que recurrir al insulto fácil para cuestionar a un gobierno que tiene numerosos frentes por donde atacarle sin perder la compostura (y lo dice alguien que se considera “malhablada”, pero una cosa es despotricar frente a una caña con colegas y otra en el lugar donde reside la soberanía del pueblo… o al menos eso dicen).
La última polémica nos la trae Gabriel Rufián quien, haciendo honor a su apellido, construyó un discurso aderezado con comentarios que, a mi parecer, sobraban, y no porque no comparta el fondo sino porque creo que para que el contenido sea mejor recibido, las gracietas estaban de más. Creo que hay argumentos suficientes, no para echar en cara la traición del PSOE, que también, sino para poner en evidencia los desaguisados del PP. En lugar de hablar de Iscariotes, cínicos o forocoches, se podía haber hablado de cuánto se ha recortado en servicios públicos, de la necesidad de incrementar los recursos para la prevención y erradicación de la violencia machista (en un país con cadáveres semanales), de las medidas para parar los desahucios o de qué va a pasar con el futuro de las pensiones,… en fin, cuestiones que realmente impactan en la gente y no llevar los debates a la “profundidad” y nivel de lo que podríamos encontrar en cualquier muro de Facebook. Si esta es la “nueva” política…
Urge una nueva ética política que parta de:
- La proximidad a la gente: pensar globalmente y actuar localmente.
- Estrategias colectivas y participativas frente al neoliberalismo y la globalización.
- Empoderamiento para hacernos sujetos de nuestra propia historia.
- Considerar el “bien común” como principio fundamental y no el enriquecimiento individual de quienes nos dicen representar.
- Una cultura del desarrollo humano frente a la tecnocracia.
- Una concepción del poder sobre la base de valores igualitarios y ejercicio compartido.
- La construcción de un nuevo sujeto político respetando la identidad y la diversidad a través de procesos dialógicos y de saberes compartidos.
- “Lo personal es político”, que ponga en el centro la ética de los cuidados frente a la visión patriarcal del mundo, que avance hacia lo que Elena Simón denominó “democracia vital”.
- El respeto fundamental a los Derechos Humanos,…
Más que nunca estoy convencida que la nueva política no la van a construir esos jóvenes “progresistas” que siguen reproduciendo estrategias machistas, o se feminiza (de feminista, no de femenina) la política, o vamos a recoger un país a cachitos (más aún) cuando acabe esta legislatura. Como dijo Gioconda Belli (1996), “en la capacidad de imaginar lo imposible estriba la grandeza, la única salvación de nuestra especie”. Creatividad al poder para construir desde las bases una verdadera política, en el sentido de aquello que concierne a lo público, a lo colectivo, a lo nuestro.