Hace algo más de un año una mujer se presentó a unas elecciones autonómicas con una sola palabra en la comunicación que envío a sus votantes: “Libertad”. Arrasó y obtuvo mayoría absoluta. Fue el premio a la libertad de condenar a muerte a miles de personas mayores durante el inicio de la pandemia por COVID-19, al promover un protocolo sanitario demencial que no garantizaba su atención médica; el premio al desmantelamiento de la sanidad madrileña y de buena parte de los servicios públicos. Pero para qué necesitamos sanidad o educación, teniendo la libertad de no encontrarte con tu ex…
Creo que nos estamos pasando de frenada con el uso de la palabra libertad; con el posmodernismo todo tiene justificación bajo ese paraguas: libertad de expresión… para esparcir discursos de odio; libertad de decisión sobre el propio cuerpo… para venderlo como vientre de alquiler o en la explotación sexual; libertad de conciencia… para evitar garantizar el aborto a las mujeres que quieren que se cumpla la ley; libertad para mantener las tradiciones… para seguir dañando mujeres (y animales) … Qué bonita es la libertad, ¿no?
Banalizar una palabra corre el riesgo de desvirtuar o vaciar su significado y la libertad sin igualdad y sin justicia social no es nada, es más, puede convertirse en tiranía. La libertad no es un concepto absoluto, tiene límites, y sus límites se configuran donde la acción esgrimida en nombre de la libertad produce daños y, evidentemente, las leyes también acotan la libertad; por tanto, resulta de una frivolidad insoportable usar la palabra libertad en un contexto de privilegios, ya que en uno de opresión no se es libre. Y si no, que se lo digan a las mujeres iraníes, que se están dejando la vida por su libertad, porque no es lo mismo cortarse un mechón de pelo desde el privilegiado occidente, mostrando apoyo, que quitarse el hiyab rodeada de integristas misóginos.
Porque no nos engañemos, somos las mujeres las que sufrimos, principalmente, la falta de libertad: en el mundo islámico las mujeres no son libres para dejar de usar hiyab, chador o burka porque les cuesta la vida, pero en el mundo occidental si se velan son discriminadas y violentadas sexista y racistamente. En definitiva, el objetivo último es el control del cuerpo de las mujeres, desposeerlas de las decisiones sobre el mismo y que el cuerpo responda a los deseos masculinos, sea exhibiéndolo o cubriéndolo, siempre y cuando la decisión no esté en nosotras, todo irá bien, el orden patriarcal es intocable… salvo cuando se encuentra con un muro de contención feminista, que en ese momento se tambalea, aunque intenta reforzarse.
Estamos en un momento de rearme patriarcal, contando además con alianzas entre las propias oprimidas; son demasiados frentes abiertos para poder afrontarlos desde un activismo permanente; a veces, sientes ganas de abandonar la lucha porque resulta agotadora y frustrante, sobre todo al ver el avance del neofascismo en Italia, por ejemplo, o la legitimación de la violencia sexista entre determinada gente joven (véase los machirulos de Colegio Mayor elitista madrileño), pero luego recuerdas a las mujeres iraníes, a las afganas, a las saharauis, a las palestinas,… a todas las que sufren violencias machistas y desigualdades en cualquier rincón del planeta, y piensas que sigue teniendo sentido la lucha, mientras una sola mujer en el mundo sea violentada por el hecho de ser mujer, el feminismo será necesario, para vivir en libertad, desde nuestra propia autonomía. Porque libertad es lo opuesto a esclavitud, y ya estamos hartas de ser esclavas.