Los modernos estados de bienestar sitúan sus orígenes a finales del siglo XIX con la legislación social desarrollada por Bismarck en Alemania, pero se consolidan a partir de la II Guerra Mundial con el fin de garantizar derechos sociales a la ciudadanía y un marco de convivencia basado en los Derechos Humanos. Décadas después, el siglo XXI no ha supuesto la reafirmación del bienestar, más bien al contrario, nos encontramos en un mundo desgarrador y generador de malestar y sufrimiento.
Esta reflexión se escribe mientras miles de niñas y niños están siendo masacrados en la franja de Gaza por el único delito de existir, de pertenecer a un pueblo, el palestino, cada vez más acorralado por un estado, Israel (no confundir con su pueblo), que está provocando un auténtico genocidio al no respetar las “normas de la guerra” (garantías para la población civil y ayuda humanitaria) … no deja de resultar paradójico que la guerra tenga normas… Quienes ordenan las guerras de este siglo se sientan en cómodos despachos y en grandes empresas económicas, mientras las víctimas son las de siempre, principalmente mujeres e infancia. Las guerras son profundamente patriarcales, el ejercicio del poder avasallador es propio de esas masculinidades hegemónicas que se resisten ante la utilización de la empatía, la escucha o la comunicación no violenta como formas de afrontar los conflictos. Ya lo recordó Meryl Streep en su discurso al recoger el Princesa de Asturias de las Artes… Como siempre las mujeres ofreciendo alternativas a la sinrazón patriarcal. Como han estado décadas haciéndolo las mujeres de Bat Shalom sin demasiado impacto en sus gobernantes…
El brutal incremento de líderes de ultraderecha es preocupante, parece que el patriarcado y el fascismo se resisten a desaparecer, es más, se aferran al poder con uñas y dientes. Personajes populistas, generadores de discursos de odio, triunfan en sociedades enfermas a las que los gobiernos de izquierda tampoco han sabido dar respuesta. La precarización de la vida (el empleo, la salud -especialmente la mental-, la vivienda,…) requieren medidas valientes e innovadoras, aunque vayan en contra de los intereses de las grandes corporaciones y los ricos; si la política no sirve para mejorar la vida de la gente acabaremos en manos de dictadores que nos venden humos de cambio y sólo buscan privilegios personales y el mantenimiento de la desigualdad. La ausencia de memoria histórica, la prevalencia de los bulos en redes sociales y el malestar de una juventud con un futuro desolador (destrucción medioambiental, calentamiento global,…) es el caldo de cultivo propicio para todo tipo de farsantes que nos confrontan a las precarias mientras ellos se enriquecen (los discursos que culpabilizan a las personas migrantes, por ejemplo, ante la falta de oportunidades de la población autóctona).
En los últimos días he visto por redes sociales una imagen que decía “amiga, me duele el mundo”, sí, este mundo es cada vez más doloroso y preocupa el impacto que está teniendo en la gente joven, enganchada a redes sociales de tiktokers e influencers, pero también concienciada y desmoralizada ante lo que se avecina sin que sus movilizaciones (ej. Fridays for future) tengan el resultado deseado.
¿Qué hacer, por tanto, ante el sufrimiento y el malestar ecosocial? Aquí van algunas claves sencillas que nos pueden ayudar a poner en práctica aquello de piensa globalmente y actúa localmente:
- Crear alianzas con iguales, el dolor compartido se lleva mejor, por tanto, es importante rodearse de personas que estén en nuestra sintonía, no para llorar penas (que también) sino para proponer estrategias creativas ante el desastre.
- Reforzar redes de apoyo frente a todo tipo de violencias patriarcales, especialmente necesarios son los grupos de mujeres, una herramienta que tuvo su apogeo en el siglo pasado y que urge recuperar como espacios de sanación y ayuda.
- Buscar actividades placenteras en entornos cercanos (ej. bailar, pintar, nadar, escribir, practicar yoga, pilates, meditación,…) y si es en compañía que nos agrade y nos haga sentir bien, mejor.
- Movilizarse públicamente ante las injusticias, participar en manifestaciones, actos pacíficos de rebeldía frente a este mundo en crisis.
- Implicarse en organizaciones de activismo social, feministas, de ayuda humanitaria, de apoyo a supervivientes de violencias, etc.
- Introducir cambios en nuestra cotidianeidad (reciclar, consumo responsable, desenganche de redes sociales online y activar la vida offline…).
- Pensar que no podemos cambiar el mundo, pero podemos cambiar nuestro mundo: evitar los comentarios enjuiciadores y culpabilizadores hacia otras personas y hacia una misma, practicar la cultura del buentrato, las relaciones de ayuda, la empatía, la asertividad, …
En definitiva, mostrar en nuestro día a día que otro mundo es posible, igualitario, justo y en paz.
PD: Un recuerdo especial para todos los pueblos oprimidos y para las mujeres y niñas que sufren dobles y triples opresiones en todos los contextos. Y una canción muy propia para este post, al hilo del documental sobre Labordeta que tuve la oportunidad de ver hace unos días.