Hoy es un día festivo en mi tierra, es el Día de Canarias, pero no tengo nada que celebrar. Hoy desperté con malas noticias, para no variar últimamente. Después de la trágica semana pasada con cuatro mujeres asesinadas por violencia machista en cuatro días, la suma continúa esta semana con otra víctima en Jaén, esta misma mañana, o con la víctima de Girona hace un par de días. 22 asesinadas según el Gobierno, 33 según las organizaciones feministas. Pero hoy también era portada de la prensa la denegación de aborto terapéutico a Beatriz por parte del Tribunal Supremo de El Salvador.
En los últimos meses no cesan las malas noticias, las noticias patriarcales que nos recuerdan que las mujeres seguimos siendo asesinadas, no morimos, que los jueces, los estados y la jerarquía eclesiástica siguen gobernando nuestro cuerpo, que seguimos sin ser libres, sin capacidad de decidir sobre nuestra sexualidad, nuestra maternidad y nuestra vida, que seguimos siendo ciudadanas de segunda, menores de edad, sin derechos. Las noticias nos recuerdan que no sólo se expropian terrenos, que el cuerpo de las mujeres está expropiado y apropiado por ellos, por hombres repletos de privilegios, poder y creencias sexistas que se sienten legitimados para decidir quién debe o no debe vivir. Una sociedad que prima la vida de un feto anancefálico frente a la de una mujer de 22 años que puede morir si su embarazo continúa adelante, y que ya es madre de otro hijo que está vivo, es una sociedad enferma. Igual de enferma que una sociedad que recorta derechos sexuales y reproductivos, que no condena rotundamente la violencia de género, que veta que se hable de “violencia machista” o de “mujeres asesinadas” como si las mujeres murieran porque les dio un mal aire.
Estoy rabiosa, muy rabiosa. Porque cada vez siento más sensación de impunidad frente a la violencia machista; porque el silencio cómplice implica ponerse del lado de los asesinos (y eso es lo que está haciendo el Gobierno central últimamente); porque los derechos de las mujeres son ninguneados; porque los posicionamientos conservadores, frente a la vida y dignidad de las mujeres, están en auge y no pasa nada; porque volvemos al fascismo a una velocidad de vértigo y ni nos damos cuenta.
Hoy también me he despertado con un artículo brillante que ha compartido en Facebook mi querida Alicia Murillo, “Cómo se siente una mujer”, de Claudia Regina, que recomiendo encarecidamente, pero he flipado con muchos de los comentarios que siguen al artículo, como flipantes son los comentarios que siguen a casi cualquier noticia que explicite la violencia machista o que defienda los derechos de las mujeres. Inmediatamente saltan los trolls del ciberespacio para recordarnos que qué más queremos, que ya tenemos igualdad “suficiente”, que somos unas mentirosas que denunciamos falsamente, que alienamos a las pobres criaturas contra sus “bondadosos padres” o que la custodia compartida es el mejor modelo del mundo para educar a las hijas y a los hijos. Porque lo que sentimos las mujeres en el fondo les importa tres pimientos, porque la tan cacareada “empatía” en algunos machos está ausente de su cerebro, emociones y conducta y, salvo honrosas excepciones, lo que sentimos las mujeres seguirá siendo patrimonio nuestro. Porque como dicen algunas compis, feministas de la disidencia, si no tienes vagina (iba a poner coño, pero me iban a acusar de soez ;-P), no puedes sentir lo que sentimos, ni tienes derecho a decidir sobre mi cuerpo.
Pero siguen decidiendo, siguen torturando, siguen golpeando, siguen violando, siguen vejando, siguen humillando, siguen acosando, siguen asesinando,… Y nos siguen considerando úteros andantes, esclavas en lo doméstico y en lo público (ahora que ya ocupamos el espacio público, precarizadas, eso sí), objetos sexuales de consumo, cuerpos triplemente explotados y controlados, porque el mecanismo de control patriarcal por excelencia ha sido, a lo largo de la historia, el control de la sexualidad de las mujeres: la expropiación, la cosificación, la negación del cuerpo, de la sexualidad y del deseo nos anula en nuestra condición de sujetos, deja sin efecto la condición de ciudadanas. Hace tiempo leí que no había un cuerpo en el mundo más utilizado, marcado y aniquilado que el de mujeres y niñas, sin embargo, no se activan las alarmas que se activaron, por ejemplo, ante el último atentado terrorista de Londres. Nosotras ya nos hemos “acostumbrado” al terror.
Hay hombres asesinos, pero también hay gobiernos asesinos, tribunales asesinos, jerarquías religiosas asesinas, creencias asesinas,… Si Beatriz muere habrá muchos culpables, si en nuestro país siguen asesinando mujeres, además de los asesinos, habrá responsables subsidiarios, aquellos/as que pudiendo destinar recursos para prevenir y erradicar la violencia no lo hacen. Porque no solo mata quien ejecuta el acto, sino quien legitima y permite que suceda.