Acabo de terminar de leer “Nuestra casa en el árbol” de Lea Vélez, uno de los libros más entrañables de los que he disfrutado en mucho tiempo. Conocí a Lea en Facebook hace algo más de un año por un comentario crítico sobre el sistema educativo; pensé que era una mami como cualquier otra, con más sentido común, pero como otras, cansadas de un sistema que no responde adecuadamente a las necesidades de sus criaturas, incluso tuve la osadía de abordarla en privado y felicitarla por su trabajo. Pero no, Lea Vélez no es una mami como cualquier otra, Lea es una mamá muy especial. No todas las madres construyen casas a sus hijos en las copas de los árboles e hilvanan una historia maravillosa a raíz de ese hecho; también hay que decir que no todas las madres son escritoras.
Hay madres que no escriben porque no saben, porque no tuvieron la oportunidad de aprender, porque hay quien sigue considerando que la educación de las niñas no es importante; hay madres que no escriben porque les falta tiempo para la vida, sobrecargadas con mil y una responsabilidades que, en demasiadas ocasiones, padres ausentes, o presentes pero no corresponsables, han dejado en sus manos en exclusiva, como si la paternidad estuviera reñida con los cuidados y los afectos. Hay madres que escriben, en la intimidad, casi sin habitación propia, reflexiones internas que nunca verán la luz, y hay madres que escriben y nos llenan de lucidez y de ternura como Lea, y como otras mujeres escritoras, madres o no, que han construido historias sobre la necesidad de humanizar el mundo.
Líbrenme las diosas de hacer una crítica literaria, no es lo mío, pero la lectura del libro de Lea y mis más de 20 años en el sistema educativo sí han provocado algunas reflexiones. Creo que no se puede enseñar sin amor, sin pasión por lo que hacemos. Hay profesiones que necesitan especiales dosis de vocación; convendrán conmigo que no es lo mismo construir hormigoneras que formar personas. El magisterio, que debería ser una de las profesiones más respetadas y valoradas en nuestro país, es de las más denostadas. El sistema educativo que debe garantizar un futuro de excelencia para las futuras generaciones está más empeñado en homogeneizar a las criaturas y encajarlas en un patrón predeterminado que en potenciar sus talentos, respetando la diversidad y los diferentes procesos de aprendizaje. Una sucesión de leyes educativas, una ausencia de apuesta política por un pacto por la educación a nivel estatal, un profesorado sumido en la burocracia enfrentado a una generación tecnológica frente a la que se abre una brecha, abismo en ocasiones, no hacen vislumbrar un futuro esperanzador. Hay docentes maravillosas/os, con un alto grado de compromiso y motivación por su trabajo, son quienes salvan el sistema frente a la desidia, la apatía y el queme profesional de quien se ha dedicado a la educación como podría haberse dedicado a la cría de caracoles.
En todos los años que llevo en el sistema educativo, he conocido todo tipo de docentes y todo tipo de familias, docentes que responsabilizan a las familias del fracaso de su alumnado y familias que culpan al profesorado de la desgana de sus retoños. Docentes que trabajan codo a codo con las familias y con el resto de agentes de la comunidad educativa porque están convencidas/os que sólo de esa forma se obtienen logros y satisfacciones. Docentes con corazón y vocación y profesorado que daña. Familias bientratantes y familias violentas. Y medio de todo, niñas y niños que crecen, que aprenden en función de los modelos adultos que tienen a su alrededor. Criaturas que están en medio de mil batallas, de un sistema que no responde a sus necesidades, y de unas/os docentes y unas familias desbordadas y estresadas más preocupadas por comprarles la última videoconsola o por los números de sus calificaciones que por su aprendizaje real y su felicidad.
Creo que el sistema educativo necesita un profundo cambio; necesita hacer el aprendizaje divertido, necesita adaptarse a la diversidad que se encuentra en las aulas: diversidad funcional, sexo, edad, identidad y/u orientación sexual, por cultura, por idioma, por talentos,… Necesita despertar el sentido crítico, el pensamiento racional y científico, enseñar a buscar en las fuentes actuales (Internet) los contenidos de las distintas materias. Necesita mayores dosis de imaginación, creatividad, emoción, ternura,… dejar que las criaturas experimenten el conocimiento y no transmitirlo mecánicamente y deslavazado.
Cuando hablo con niñas/os de diferentes edades, lo primero que me suelen decir respecto al cole o al insti es que es aburrido. Es el adjetivo más repetido y el primero que sale espontáneamente. Cuando les digo que aprender no tiene nada de aburrido y nos sumergimos en cuentos, aventuras, diálogos,… se sorprenden de cómo se pueden aprender cosas interesantes sin aburrirse. Hay criaturas a quienes les hemos cercenado su curiosidad por el mundo, cada vez preguntan menos, porque les adoctrinamos para que aprendan lo que las/os adultas/os pautamos, a través de fichas de trabajo (mortalmente aburridas, cierto), y si se salen de la norma son estigmatizadas como “problemáticas”. Tal vez el problema lo tenemos las personas adultas que no sabemos reconocer el ingenio, la sabiduría y la inteligencia de la infancia y nuestros propios complejos no nos dejan ver que las y los peques nos pueden enseñar a percibir el mundo de otra manera, de aquella que es invisible a los ojos.
Este post se llama “Amor y educación en la copa de un árbol”, descubran a Lea Vélez y entenderán por qué. Me voy a permitir cerrarlo con una descripción del amor que hace la autora (Vélez, 2017, pp. 235-236):
(…) El amor es como volver a la infancia con noticias del futuro. Es la llave que encuentra una cerradura que no existe y abre una puerta tan grande que la casa es todo puerta y todo mar, y ya no hay puerta y ese mar es un no pensar en nada y solo querer ser sin estar, flotar, y que todo suceda en la música. El amor es el movimiento perpetuo flotando en el vacío, y, por supuesto, es mirarte al espejo y decir: ¿pero cómo es posible que yo, aquí, en este universo extraño, pueda respirar? No sé cómo es el amor. El amor son demasiadas palabras y es la esencia de cuatro letras. El amor sabe a lo que suena (…)
Nota: Como feminista radical que es una, sólo tendría una crítica al libro y es cuando su autora habla de los hombres para aludir al género humano, sé que Lea no estará de acuerdo conmigo, pero soy muy pesada con el lenguaje inclusivo. Pese a ese pequeño detalle, el libro es absolutamente recomendable y sus protagonistas femeninas mujeres muy empoderadas. Otros libros de Lea Vélez: El jardín de la memoria (otra obra que me encantó, me parece una preciosidad para abordar el duelo y las pérdidas) o La cirujana de Palma (que no me he leído, pero auguro que, visto lo visto, también podría recomendarlo).