Este verano las deportistas españolas nos han deparado grandes alegrías, enturbiadas por el machismo y la violencia de los señoros de turno. Pero esto va más allá de lo sucedido a Jenni Hermoso, el beso no deseado es un símbolo de lo que llevamos las mujeres soportando años, siglos,… ¿Por qué ahora? Porque estamos hartas, porque el beso ha sido la gota que ha colmado el vaso de los abusos de poder. Porque esto va de eso, de poder.
Rubiales ha sido paradigma de gañanes y machirulos; además del beso, la tocada de genitales en el palco demuestra hasta qué punto piensan que son impunes, que pueden hacer lo que les salga de ahí, justamente, y que no pasa nada. Después de lo ocurrido, me enteré de que la entrenadora de la selección británica era una mujer, Sarina Wiegman (quien por cierto tuvo un apoteósico discurso de apoyo a Jenni Hermoso y a nuestra selección), lo cual evidencia más hasta qué punto el gesto de marras sabía a quién dirigirlo.
Pero este machi que lleva ocupando portadas y empañando la visibilización del deporte femenino, es uno más de los miles, millones, que nos rodean. Ojalá fuera sólo Rubiales, son quienes le aplauden, quienes callan, quienes minimizan (“tanto escándalo por un beso”), quienes son cómplices, en definitiva, de un patriarcado, de un machismo y de una misoginia tan estructural que hasta hemos tenido aliadas patriarcales rasgándose las vestiduras (e iniciando huelgas de hambre) en lugar de condenar y rechazar cualquier manifestación de violencia.
¿Por qué ahora nos apropiamos del hashtag #seacabó? Porque todas hemos sido Jenni Hermoso en algún momento de nuestras vidas, porque todas hemos tenido que soportar a un baboso a nuestro lado robándonos besos o metiéndonos mano sin desearlo (y vuelvo a nombrar el deseo y no el consentimiento), porque estamos hartas del machismo y la violencia, de la carencia de recursos para prevenirla y erradicarla, de la complicidad social y la tolerancia frente a la misma y de los discursos legitimadores de formaciones políticas que, en un país verdaderamente democrático y que garantizara realmente los derechos de las mujeres, no podrían tener representación parlamentaria.
Porque el #seacabó es todo eso y más, refleja el profundo hartazgo y rabia de millones de mujeres que nos encontramos, cada vez más, con una especie de indefensión aprendida, porque en el fondo sabemos que, a pesar de gritar #seacabó, no se acaba, más bien al contrario, se agudiza el odio que sienten ante cualquier mujer que se rebela y que intenta romper con estructuras injustas. Porque hagamos lo que hagamos nos juzgan y cuestionan, porque frente a un paso adelante que damos, el patriarcado se revuelve y reacciona (ya lo dijo Susan Faludi con su Backlash) y nos retrotrae décadas atrás. Los derechos conquistados son frágiles, la lucha es dura y ha de ser constante, no podemos bajar la guardia, pero a quienes llevamos más de 30 años de batallas nos empiezan a faltar las fuerzas… Afortunadamente hay relevo, mujeres jóvenes que no están dispuestas a volver al pasado, aunque se enfrentan a tal cantidad de obstáculos que no lo tienen fácil. Es agotador pensar que la vida de una mujer es una batalla constante por ser tratada con dignidad, respeto, buentrato… Urge mayor sensibilización y formación feminista y coeducación plena en las escuelas, entre otros muchos aspectos; las niñas del futuro se merecen un mundo mejor del que les estamos dejando.