“Él nunca me ha puesto la mano encima”, “con sus hijos no es malo, pero conmigo…”, “en realidad, una vez se le fue la mano, pero sólo una vez…”, “a veces se pone celoso, pero luego dice que me quiere mucho”, “yo es que ya no sé cómo decirle las cosas, por todo se enfada”,…
¿Cuántas/os profesionales que hacemos atención directa a mujeres hemos escuchado frases como estas o similares? ¿Y cuántas veces hemos minimizado ese maltrato “light”? Porque claro, no todo va a ser maltrato… Si es que las feministas todo lo exageran… Ahora es más cool hablar de relaciones “tóxicas” que ponerle nombre a las violencias. Pues no, por mucho nombre que cambiemos, la violencia es violencia.
Hasta hace un par de años, solía llevar a cabo talleres de “Buenos tratos” con alumnado de primaria, principalmente de 4º (9/10 años) pero también de cursos inferiores y superiores; algunas de las preguntas que hacía al alumnado eran: ¿cómo sabes cuando alguien te está tratando bien? ¿cómo te sientes cuando alguien te trata bien? Y ¿cómo sabes cuando alguien te está tratando mal? ¿cómo te sientes cuando alguien te trata mal? Buena parte del alumnado tenía más facilidad para identificar el maltrato que el buentrato, costaba más identificar indicadores significativos de buentrato que de maltrato. Si con 9 o 10 años cuesta identificar el buentrato, ¿qué pasará en la edad adulta si normalizamos relaciones maltratantes y no tenemos experiencias bientratantes?
Conozco infinidad de hombres que no se perciben maltratadores, fundamentalmente porque no les pegan palizas a sus parejas y las dejan con tres costillas rotas, y aunque realicen conductas maltratantes no las identifican. En los talleres mencionados, solía decirle al alumnado: “si no hay buentrato, hay maltrato, ¿ustedes qué eligen?” Cuando eres peque, tomar decisiones bientratantes depende de tu contexto, de lo que hayas aprendido, de los modelos y referentes de tu entorno,… pero cuando llegas a la edad adulta, elegir buentrato es una decisión personal. Y sí, el pasado influye, las carencias afectivas, la construcción de apegos no seguros,… todo eso impacta en la persona que somos, pero no podemos justificarnos con el pasado para seguir causando daño.
“Es que los hombres somos así”, “nadie se muere por una bofetada a tiempo”, “es mi mujer y nadie tiene que meterse”, “mi mujer tiene que hacer lo que yo digo”, “para algo soy el que trae el dinero a casa”,…
El modelo de masculinidad hegemónica en el que se han socializado millones de hombres en el mundo tiene, entre sus múltiples características, el control. El proceso de maltrato consiste en los mecanismos que el violento habilita para hacerse con el control de la vida de las mujeres. Este concepto es fundamental a la hora de desarrollar metodologías y estrategias de supervivencia. Una gran mayoría de mujeres maltratadas no inician estos procesos y, cuando lo hacen, no siempre tienen éxito porque no han tenido suficiente control real sobre sus vidas (de ahí la importancia de los apoyos externos). El control es el concepto a desactivar para que se inicien los procesos de supervivencia. El control de una persona sobre otra implica que aquella tiene más dominio sobre la conducta o los puntos de vista de la segunda que ella misma. Y las formas de maltrato son auténticas formas de control:
- control de las relaciones externas (“¿para qué vas a ir a ese taller de teatro? Ya bastante teatro haces en casa con tus quejas”; “no es que no me guste tu hermana, pero siempre está malmetiendo y te vuelve en mi contra”; “tu amiga Ana es un poco guarrilla, ¿no? ¿Te fijaste cómo iba vestida el otro día? Menos mal que tú no vistes así” …)
- control del dinero y del acceso a bienes (“¿para qué necesitas trabajar si no nos falta nada con mi sueldo?”; “¿se puede saber qué coño haces con el dinero que te dejo?”; “no necesitas comprar ese vestido, no te hace falta”; “las mujeres son la ruina, yo matándome a trabajar y tú gastando” …)
- control de los momentos de intimidad (“no necesito que me comas el tarro con tus movidas, voy a ver el partido y desconectar”; “sí, ya sé que dijiste de ir juntos a pasear, pero invité a los colegas a jugar unas partidas en la play”; “dijiste de quedarnos en casa y me he quedado, encima pones cara de borde”; “no pasa nada por grabarnos, es sólo para mí” …)
- control del tiempo (“avísame cuando llegues y cuando vayas a volver”; “¿por qué has tardado tanto? Dijiste que volvías a las 7 y son las 8”; “¿qué tanto tienes que hablar con tu hermana? Cuelga ya ese teléfono”; “no sé de qué te quejas, si no haces nada en todo el día, si no trabajas” …)
- control de la sexualidad (“no te preocupes, yo controlo, me saldré antes”; “no uso condón porque no se siente igual”; “sé que te va a gustar, todo el mundo lo hace” [refiriéndose a prácticas anales, por ejemplo, aunque ella se niegue]; “nunca te apetece, pues a mí sí y lo vamos a hacer” …)
- control emocional (“estás loca, yo no dije eso”; “eres una histérica, siempre viendo fantasmas donde no los hay”; “¿hoy estás con la regla?, menudo mal humor!”; “la que se ha follado a media humanidad, ¿me va a cuestionar a mí con quién tonteo?” …)
- control de la reproducción (“tendremos los hijos que vengan”; “no vas a tener una trombosis por un hijo más, no te quejes tanto”; “no quiero tener hijos, si querías ser madre haberte buscado a otro”; “te vas a abortar aunque no quieras, no estamos para tener otra boca que alimentar” …)
- control sobre los hijos y las hijas (“estás amariconando al niño”; “como me dejes, te quito a tus hijos y no los vuelves a ver”; “a mis hijos los educo yo a mi manera”; “a mi hija la veo cuando me dé la gana, no cuando me diga un juez, que para eso soy su padre” …)
- control de la vida (hasta llegar a arrebatarla)
Por tanto, la vida de las mujeres se puede controlar de muchas maneras, no sólo a través de palizas. Imagina que esas frases, esos mecanismos de control, a veces muy sutiles, se repiten a lo largo de tu vida, durante años y años. Esa forma de funcionar dominante, cuestionadora, inquisidora, juzgadora, manipuladora,… va minando tu forma de ser, de sentir, de ver el mundo, va haciéndote dudar de tu percepción de la realidad, de tu sano juicio. Y en ocasiones, demasiadas, se te cuestiona por parecer desestabilizada, incoherente, rabiosa,… o cualquier otro epíteto machista, mientras que el provocador de esos daños sale indemne del cuestionamiento social.
El primer paso para avanzar hacia la desarticulación de la violencia contra las mujeres es identificarla, tomar conciencia de ella, pero no sólo quien la sufre, también quien la ejerce. Ellos han de ser conscientes del dolor causado, del maltrato, y ellas de que se merecen ser tratadas con buentrato, dignidad y respeto. Cuando escribo esto, en las últimas semanas, han sido asesinadas 5 mujeres en España por violencia machista; algunas no figurarán en las estadísticas oficiales porque los asesinos no han sido parejas o exparejas. Las portadas de los medios estaban ocupadas con los Juegos Olímpicos, y las redes sociales (salvo las feministas) pues… en otras cosas. La violencia contra las mujeres se está invisibilizando, las respuestas de los poderes públicos siguen sin apostar claramente por la prevención, los recursos continúan siendo insuficientes y su protección no está asegurada por mucho que denuncien. Hablamos de millones de mujeres que se sienten solas y abandonadas por el Estado que las anima a denunciar. Pero también hablamos de millones de agresores frente a los cuales seguimos mirando a otro lado. O desarticulamos los mecanismos de las masculinidades hegemónicas y patriarcales, o la violencia continuará. Son ellos los que deben avergonzarse, son ellos los que tienen que percibirse maltratadores, son ellos los que tienen que ser conscientes de que, si no hay buentrato, hay maltrato. Las mujeres tienen que disponer de recursos de asistencia, apoyo, recuperación de la violencia, una tutela judicial efectiva y todos los derechos reconocidos en la normativa vigente, pero, o empezamos a poner el foco en ellos, en su toma de conciencia, en que aprendan a construir relaciones afectivas bientratantes,… o poco estaremos haciendo para frenar y erradicar las violencias machistas.