Faltan pocas horas para que finalice el estado de alarma en nuestro país, una situación inédita para intentar detener el avance de un virus mortal al que poco le han importado los cierres perimetrales y las alarmas porque se ha agarrado al egoísmo y la irresponsabilidad individual de quienes se han saltado las normas para frenarlo. Más de tres millones y medio de contagios y casi 80.000 muertes, pero eso sí, la “libertad” de tomar cañas que no nos la quite un maldito virus. “Mientras a mí no me toque, que le den al resto del mundo”, esa es la máxima del neoliberalismo salvaje, esa es la ideología que ha sustentado el triunfo en Madrid de una palabra sin programa, una palabra a la que han vaciado de contenido. Y mientras aquí vivimos rodeados de privilegios, sin valorar lo suficiente los sistemas públicos de bienestar que tenemos (educación, sanidad, servicios sociales,…), en otros rincones del planeta se juegan la vida para alcanzar los derechos que disfrutamos en el privilegiado occidente.
Ayer hablaba con una colega trabajadora social de Colombia que me relataba cómo en algunos lugares del país empiezan a faltar oxígeno, alimentos y combustibles (qué diferente a nuestro contexto). La situación que experimentan millones de personas en el mundo es dramática y cada vez más se tiene la percepción de que la política no resuelve los problemas de la ciudadanía, es más, contribuye a crearlos, bien por ejercicios dictatoriales del poder, bien por incompetencia e incapacidad para gestionar lo público u otros motivos. Sean cuales sean, la desafección por el ejercicio activo de la política (que no militancia partidista) está provocando el auge de los populismos y neofascismos. Los problemas sociales se vuelven cada vez más complejos y sus soluciones difíciles mientras no se aborde el sistema económico capitalista que lo permea todo, y ahí entran en juego las grandes multinacionales, que mandan más que los gobiernos.
Las trabajadoras/es sociales estamos acostumbradas a escuchar relatos de vida durísimos de personas “sin voz” (con escasa capacidad para hacerse oír y que los/as políticos/as arbitren soluciones a sus problemas). Normalmente escuchamos, acompañamos y ofrecemos los recursos que podemos para paliar o dar respuesta a las necesidades expresadas; pero en ocasiones, creo que es necesario que nos hagamos eco de determinadas situaciones para sensibilizar, servir como altavoz y romper mitos que crecen como la espuma últimamente. Hoy tuve la oportunidad de valorar la situación social de un niño con parálisis cerebral que pasó 24 horas en una patera agarrado a su madre, quien, en una arriesgada elección, eligió intentar dar a su hijo las oportunidades de las que carecía en su país de origen. Cuando vives en un lugar en el que tienes que pagar por todo: por asistir a un colegio de educación especial, por el transporte para llegar a ese colegio, por la medicación, por las terapias (escasas o inexistentes),… cuando tienes que elegir entre salud o educación, medicación o alimentos,… la elección entre la vida y la muerte es una más.
Escuchar uno de esos relatos en primera persona nos hace tomar conciencia de los privilegios que vivimos en nuestras, ahora denominadas, zonas de confort. Cuando la reivindicación en España es salir a tomar cañas en terrazas, y se habla de fatiga pandémica por lo agobiadas/os que estamos después de un año de restricciones, te preguntas qué tipo de fatiga vivirán los millones de personas que sobreviven en una restricción perpetua, sin recursos, sin derechos, sin oportunidades,… Sin sistemas públicos que cubran necesidades tan básicas como la educación y la salud. Y no, no es llegar a España y tenerlo todo; no, esta familia no ha llegado y ya tiene una vivienda y una “paguita”; de hecho, después de seis meses, sigue residiendo en un recurso de acogida y en un limbo administrativo.
Nos acostumbramos pronto a los privilegios, pero vivimos en un mundo muy frágil en el que todo puede dar un vuelco en el momento más inesperado. Nadie esperaba una pandemia mundial que provocara millones de muertes… pues esta será la tónica a partir de ahora. El calentamiento global es un hecho, la acumulación de riqueza por parte de una minoría deja a las mayorías en situaciones de pobreza y desigualdad cada vez más sangrantes; el auge de partidos de ultraderecha que venden respuestas a la crisis generando discursos de odio (“no tienes trabajo porque vienen los inmigrantes a robártelo” en lugar de “no tienes trabajo porque estamos en manos de multinacionales avariciosas que generan beneficios para unos pocos en base a la explotación y precarización de muchos/as”) hace que personas y sociedades estemos cada vez más vulnerables y polarizadas.
Hay que ser conscientes de los logros conquistados porque en un abrir y cerrar de ojos, podemos ser nosotras/os quienes tengamos que tomar la decisión de subir a una patera para garantizar nuestros derechos. No olvidemos que, según la teoría del caos, el aleteo de una mariposa en Japón puede provocar un huracán en Estados Unidos. Vivimos en un mundo globalizado, ya experimentamos la crisis económica de 2008 y parece que no aprendemos. Vamos camino de un colapso económico, social y político si no le ponemos freno. Estamos viviendo indicadores y no les prestamos atención (normalizamos y romantizamos la precarización, nos venden opresión y la compramos con el nombre de “Libertad”). Qué banalización del lenguaje, qué banalización del mal (que diría Arendt).