No paro de leer noticias en las que intervienen los cuerpos y fuerzas de seguridad para desarticular reuniones de más de 10 personas sin mascarilla, sin distancia y sin vergüenza. Muchas de gente muy joven que parece que no pueden pasar sin el botellón de fin de semana (qué lástima que haya tanta gente joven sin abuelos/as, ironía on); afortunadamente no toda la juventud es irresponsable pero sí son preocupantes los valores que muchas personas, jóvenes y no tan jóvenes, están enarbolando en esta pandemia (o sindemia).
Se sabe que para frenar al virus es necesario implementar tres cuestiones a la vez, no vale con una sola: distancia social, uso de mascarilla y desinfección frecuente (uso de gel hidroalcohólico para manos y limpieza de superficies de uso habitual). Tengo la sensación de que mucha gente confía en que el uso de la mascarilla es suficiente, y es una falsa seguridad, especialmente si la mascarilla que usas es de tela, sin ningún tipo de filtro, y te encierras con 25 personas en un sitio sin ventilación. Pero también tengo la impresión de que llevamos una vida bastante miserable si no somos capaces de perder unos meses de esta, guardando unas normas de seguridad para salvar, ya no solo nuestra vida, sino vidas ajenas, vidas semejantes. Con una esperanza de vida de 80 años, 12 meses de restricciones de un total de 960 no parece una pérdida muy significativa; pero en esta sociedad competitiva, educada para ganar y no para perder, se configura como la mayor tragedia del mundo. Y ahí tenemos a gente manifestándose, colocando banderitas (con el impacto antiecológico que ello tiene) y exigiendo libertad cuando su demanda real es mantener privilegios. Es muy triste que después de tantos años de lucha obrera, de lucha feminista, antirracista, proderechos LGBTI,… las luchas actuales consistan en defender privilegios individuales en lugar de derechos colectivos. Esa visión egoísta del mundo es preocupante; la influencia de determinadas corrientes de pensamiento que instan a disfrutar de la vida como si no hubiera un mañana, y que ponen en el centro del universo al “yo” frente al bien común, la colectividad y la solidaridad, están dificultando seriamente la salida de esta crisis. Parece que no se dan cuenta que las restricciones de movimientos, las medidas de seguridad lo que pretenden evitar es el colapso del sistema sanitario, no que “tú, individualmente”, no puedas desplazarte a tu casa de la playa. El gobierno no pretende jorobarte a “ti”, pretende salvar vidas y garantizar derechos colectivos, aún imponiendo restricciones individuales, que son limitadas, que cesarán, que vivimos en democracia (cosa que la ultraderecha parece haber olvidado); paradójicamente, la democracia es lo que les permite a ellos inundar las calles de Madrid cantando el “Cara al sol” o gritando vivas a Hitler sin que nadie lo evite; lo de gritar en Vallekas por la sanidad pública parece que sí es peligrosísimo y ahí llueven los palos… Clasismo en estado puro.
Es vomitivo lo que está ocurriendo para la gestión de esta situación sin precedentes, con una mediocridad política donde importa más la confrontación ideológica que frenar los contagios y cuidar la salud comunitaria; el desmantelamiento del estado de bienestar nos está pasando factura, especialmente en las Comunidades Autónomas más neoliberales, por tanto, urge un replanteamiento del futuro, del mundo que queremos y de los valores necesarios para construirlo. Nuestro país arrastra una pesada losa de la dictadura que no hemos logrado superar, todavía quedan vestigios fascistas que empoderan a nuevas generaciones y que se enfrentan con inusitada virulencia a quienes creen (creemos) en la justicia social, en el reparto de la riqueza, en la igualdad, en una vida de calidad pero sostenible, en el respeto a las diversidades,… en la cultura del buentrato, en definitiva. Un choque de dos modelos, dos formas contrapuestas de entender la vida; si gana el fascismo nos podemos olvidar del modo de vida conocido hasta ahora, las actuales restricciones nos van a parecer de chiste frente a políticas dictatoriales y neoliberales extremas. El incremento de la pobreza, la precarización del empleo, la supervivencia,… se están convirtiendo ya en modos de vida habituales para muchas personas, cada vez más se incrementa el número de trabajadoras y trabajadores pobres; ya no basta tener un trabajo para vivir con dignidad, ahora sólo se sobrevive. Ese es el resultado de un capitalismo depredador que sólo permiten el enriquecimiento de los más ricos. Es, en definitiva, una forma de entender el mundo en el que priman el egoísmo, los privilegios individuales y el afán de acumular riqueza frente al bienestar colectivo. O cambiamos de tercio rápidamente o nos aguarda la extinción, si no como especie (bastante probable), sí del modo de vida conocido hasta ahora. Las crisis, además de trágicas, pueden ser vistas como oportunidades de cambio, pero de cambio real, no de barnizar lo mismo con otros colores.