Clara Coria tiene un libro muy interesante llamado “Las negociaciones nuestras de cada día”, absolutamente recomendable para negociar en pareja. Ella, al igual que otras/os autoras/es, plantea que en las relaciones humanas, podemos optar por tres tipos básicos (hay más) de resolución de conflictos: imposición: yo gano – tú pierdes; cesión: yo pierdo – tú ganas o negociación: acercamos posturas e intereses y ganamos ambas partes. Para negociar hay que situarse en una posición de poder, de cierto poder. No se puede negociar si no se tiene el poder, al menos, de creernos capaces de negociar, y en las relaciones entre ambos sexos esos poderes están repartidos de forma desequilibrada.
A las mujeres se nos ha educado tradicionalmente en el “no poder”, además de en el “no deber” y en el “no ser”. No puedo hacer esto…, no debo decir/hacer eso, no soy lo suficientemente… buena, guapa, complaciente,… y todos los adjetivos estereotipados por razón de género que se nos ocurran. Frente a la impotencia, paradójicamente, también nos han socializado para la omnipotencia, especialmente a las mujeres modernas, “puedo con todo”, el mito de la superwoman.
Así pues, las mujeres nos construimos en una dualidad, como seres carenciadas y como seres omnipotentes para otros/as, no para nosotras mismas.
Esa socialización tradicional dificulta la negociación. Nos educan para evitar el conflicto y para no provocarlo, por lo que a la hora de resolver diferencias, de los tres modos de hacerlo ya descritos, las mujeres optan por un “ceder aplacatorio” (Coria, 1997). Esta fórmula permite las condescendencias que terminan convirtiéndose en sumisiones. El ceder aplacatorio (aplacar el conflicto) implica que cedemos renunciando a nuestros intereses. Cuando cedemos de esta forma abrimos la puerta a la violencia, al silencio autoimpuesto, a las autopostergaciones (postergamos nuestros deseos en función de la satisfacción de los/as otros/as) y sacralizamos el rol femenino de la dependencia y la sumisión.
Una cosa es el ceder aplacatorio y otra el ceder estratégico: aceptamos renunciar a parte de nuestros intereses para llegar a un acuerdo en el que la otra persona renuncia también a parte de sus intereses. Todas las personas deberían entrenarse en el ceder estratégico, sin embargo, en las relaciones interpersonales generizadas se producen choques importantes porque mientras las mujeres estamos socializadas para el ceder aplacatorio, los hombres lo están para la imposición de sus intereses.
Toda esta introducción viene al hilo de las negociaciones políticas en las que estamos inmersas en nuestro país. Un ejercicio activo de ciudadanía implica la capacidad de poder decidir, de poder participar, de poder negociar. Las mujeres tenemos poco poder para negociar, aunque tengamos capacidad para ello; la negociación debe ser un proceso entre iguales, entre quienes se perciben y se reconocen como iguales, de ahí que resulte tan compleja su práctica entre quienes se relacionan en desigualdad de poder.
Ahora mismo asistimos a procesos negociadores que poco tienen que ver con el acercamiento de posturas e intereses, tienen más que ver con el modelo masculino tradicional de ejercer el poder: la imposición. Mientras prime este modelo la esperanza de llegar a acuerdos para un gobierno estable es una utopía. Ojalá nuestros gobernantes pudieran negociar desde un modelo feminista de ver el mundo. Ese modelo implica construir una ética de la reciprocidad, repartir equitativamente tanto los inconvenientes como los beneficios. Ese es el principal aspecto de la negociación: “yo gano – tú ganas” (tanto aspectos positivos como negativos). Es profundamente injusto que una parte (en el caso de las relaciones de género: las mujeres) se lleven los inconvenientes y los hombres (más acostumbrados al modelo de la imposición) los beneficios.
Aprender a negociar desde una óptica feminista implica que los acuerdos o soluciones sean mutuamente benéficos y satisfactorios para todas las partes. La negociación se basa en la convicción de que existen otras alternativas al modelo tradicional “yo gano – tú pierdes”, no se trata de promover una competición, sino de buscar el éxito y la felicidad compartidas, y un éxito negociador a nivel político implica felicidad para la ciudadanía: felicidad de alcanzar un gobierno que haga políticas públicas que defiendan los intereses de la mayoría y no de unos pocos, felicidad por no tener que acudir a unas enésimas elecciones en noviembre, felicidad porque por fin, nuestros políticos estarían a la altura de sus votantes… y si no, autogobierno, estoy convencida que lo haríamos mejor.