Mi cambio de trabajo me inspira para reflexionar sobre mi profesión… Recientemente he atendido a los padres de un chico con una grave discapacidad. La valoración de anteriores trabajadoras sociales y profesionales del sistema educativo que conocían a la familia es que «no responde», que «se les explican las cosas y no las hacen» y así sucesivamente. Conmigo han respondido. ¿Y por qué? ¿Acaso tengo una varita mágica? ¿Soy la mejor trabajadora social del mundo mundial? (Soy buena, sí, modestia aparte porque no tengo abuela, jajaja, pero no, tampoco es cuestión de echarme flores). Han respondido sencillamente porque ahora pueden hacerlo, porque tienen tiempo, porque cuando otras personas valoraban que era una familia desastrosa, se mataban a trabajar de lunes a domingo, de la mañana a la noche, para sacar adelante a la familia. Tan irresponsables no pueden ser unos padres que han hecho llegar una hija a la universidad, digo yo…
No hay familias perfectas, incluso hay familias con muchos factores de vulnerabilidad, en Trabajo Social lo sabemos bien, pero a veces nos empeñamos en que las familias encajen en nuestro modo de ver la realidad, en lugar de adaptar/transformar la realidad a las circunstancias y procesos de cada familia. A lo mejor la inasistencia a citas o reuniones convocadas por profesionales del Trabajo Social, u otras disciplinas, tiene otras explicaciones que no son la dejadez y el abandono de sus responsabilidades parentales. Desde nuestros privilegiados trabajos de 8:00 a 15:00 o de 9:00 a 14:00, pretendemos que una familia acuda a mil citas diferentes: a las 9:40 revisión en traumatología, a las 11:30 cita en Servicios Sociales para renovar dependencia, a las 13:20 cita de nuevo en el hospital en cardiología (porque evidentemente trauma y cardio no se coordinan, ni las citas se unifican de forma continua para que la familia no tenga que estar dando tumbos), y si no acude, es negligente, y si acude y falta a su trabajo, riesgo de despido. Y claro, entre tener trabajo para pagar facturas y dar de comer a sus vástagos e ir a hablar con la trabajadora social de turno (orientador/a, maestra/o, médico/a,…) para que le diga lo incumplidora que es, ¿ustedes qué eligen?
Llevo casi 30 años de ejercicio profesional atendiendo familias; desde 1990 han sido miles las que han recibido por mi parte algún tipo de intervención, apoyo, acompañamiento, tramitaciones,… y es cierto que ha habido familias muy complejas; he tenido que hacer diferentes propuestas de desamparo (algunas con poco éxito pese a clamar al cielo los factores de desprotección), pero lo cierto es que la mayoría de familias con las que he trabajado, pese a las dificultades, disponían de diversos factores de protección y resiliencia. Familias que han hecho frente a adversidades con un coraje digno de superhéroes, o casi mejor superheroínas, porque han sido principalmente las mujeres las supervivientes ante situaciones devastadoras. Por eso, antes de fijarnos en todo lo que hace mal una familia, es importante fijarnos en lo que hace bien, siempre hay algún factor positivo rescatable para potenciar, si nos ponemos a nosotras y nuestras necesidades (que la familia acuda, que haga lo que yo le diga) en el centro, dónde queda el Trabajo Social que responda a nuestros principios éticos, dónde queda el acompañamiento para el protagonismo, la autonomía, el empoderamiento, dónde la diversidad de modos de ser,…
Sé que en Trabajo Social, así como en otras profesiones, existen magníficas personas que trabajan desde ópticas críticas y sin juzgar, pero desgraciadamente todavía hay quienes esperan que las familias «se comporten» y respondan a sus expectativas y no a las propias. Para un Trabajo Social auténticamente transformador tenemos que cuestionar si estamos pautando en exceso el camino a una familia o estamos construyendo con ella senderos por donde transitar en libertad: si respondemos a sus necesidades o a las nuestras.
Excelente María! Orgullosa de ti!
Gracias Karina, me alegro que te guste! He tenido buenas maestras!