Cuando en ocasiones me entran ganas de tirar la toalla ante el estrés, la sobrecarga de trabajo, las ingentes dificultades sociales a las que hacer frente,… y tener un trabajo de dependienta para volver a mis orígenes (mis padres tenían una tienda de ropa), ocurren cosas que hacen que de nuevo vuelva a reilusionarme con mi profesión, a la que sigo considerando la mejor del mundo, y que me ha permitido conocer gente maravillosa, crecer personal y profesionalmente y contribuir a la transformación social.
En este último año se han producido una serie de acontecimientos significativos que me han ayudado a resignificar el Trabajo Social, a reflexionar sobre su ejercicio y a consolidar un modelo desde el cual intervengo. Justo en octubre de 2017 se celebró en Mérida el XIII Congreso Estatal y I Iberoamericano de Trabajo Social. Allí tuve la oportunidad de escuchar por primera vez a Teresa Matus, Directora de Trabajo Social de la Universidad de Chile y Doctora en Trabajo Social por la Universidad Federal de Rio de Janeiro. Impartió la ponencia inaugural y puso el acento en la innovación de la intervención social a partir de la observación de los puntos ciegos. Un año después, hace unos días, volví a escucharla y remarcó la potencia de lo negativo como trampolín para la transformación social. En nuestra disciplina trabajamos constantemente con lo que no funciona, con la carencia, con los problemas,… pero en muchas ocasiones no aprovechamos lo negativo como fuerza para innovar, con un enfoque de creación destructiva, es decir, en lugar de quedarnos en la queja, subvirtamos el orden de las cosas para enfrentar las injusticias y desigualdades sociales y construir un mundo sostenible, igualitario, respetuoso con las diversidades y bientratante. Ese tendría que ser un objetivo fundamental en Trabajo Social: trabajar con los sistemas (patriarcales, capitalistas, racistas,…) y no con los síntomas (las personas en situación de vulnerabilidad o exclusión). En palabras de Teresa, no hay gente vulnerable, el problema está en la oferta que tienen para afrontar las situaciones difíciles, no existen lxs excluidxs, están incluidxs en lo peor, realmente quienes se autoexcluyen son las élites, el resto nos situamos en diferentes calidades de respuesta ante los problemas. Por tanto, la intervención social ha de ir en la línea de destruir sistemas no de perpetuar injusticias. Jane Addams decía que el Trabajo Social no nació para cumplir la ley sino para interrogarla. Y tenemos que cuestionarnos si trabajamos para el empoderamiento, para activar la capacidad de agencia y protagonismo de las personas, para la transformación o para preservar el status quo.
En este año también he pasado por otros dos espacios formativos que complementan la visión aportada por Teresa: el Trabajo Social Narrativo que he conocido de la mano de Karina Fernández D’Andrea y el Trabajo Social Crítico de la mano de Koldobi Velasco. Dos grandes mujeres y compañeras de batallas que han contribuido a renovar los saberes (de lo que también hablaba Matus). Es fundamental renombrar el mundo de otra manera, escuchar a las personas y cómo plantean sus historias de vida, analizar los discursos, las prácticas narrativas,… No es lo mismo hablar de víctimas que de supervivientes, no es lo mismo hablar de mujeres con cargas familiares que de jefas de hogar,… enunciar desde el Trabajo Social puede tener el efecto de convertir en estigma o de eliminar el estigma, en función de las potencialidades enunciativas de nuestro discurso.
Cuando estudiaba (hace ya 30 años) nos hablaban de ser agentes de cambio, hoy sin embargo creo que tenemos que ser artífices de revoluciones. En un mundo cada vez más polarizado, donde el neoliberalismo capitalista y el patriarcado se mantienen firmen y los fascismos avanzan sin tregua, desde el Trabajo Social nos compete el reto de convertirnos en abanderadas/os de ese otro mundo posible. Y no podía faltar en esta reflexión un pilar fundamental para esa revolución: el feminismo. Porque como decía aquel lema arrancado de una plaza: la revolución será feminista o no será. El Trabajo Social feminista ha orientado mi práctica profesional en estos casi 30 años y espero que la siga orientando los que me queden.
En la década de los 70 y 80, el Trabajo Social feminista irrumpe con fuerza, planteando la necesidad de que todos los problemas sociales había que analizarlos en clave de género y promoviendo recursos especializados para hacer frente a las violencias que comenzaban a identificarse y visibilizarse. Este enfoque en nuestra profesión desafiaba la idea de que los problemas residían en las mujeres y que éstas necesitaban ayuda para desempeñar más eficazmente los roles y mandatos de género tradicionalmente asignados (Dominelli y MacLeod, 1989) y pone el acento en que lo que había que solucionar era la construcción patriarcal de las relaciones sociales y no intentar ajustar a las mujeres implicadas en esas relaciones. En definitiva, el mismo planteamiento desde diferentes miradas: no encajar a las personas en sistemas injustos sino deconstruir esos sistemas.
Y para eso necesitamos tejer redes entre quienes nos consideremos “subversivas”. Una transgresión colectiva genera transformación, una transgresión individual genera estigmatización y rechazo. Creo en un Trabajo Social comprometido social y políticamente, participativo, transfronterizo, intercultural, emancipador y empoderante, destructivo y constructivo, transformador y feminista. Creo en un Trabajo Social ético, justo, sostenible, que nos enrede en vínculos de afectos y cuidados para construir un mundo nuevo, diverso e igualitario. Creo que todavía estamos a tiempo, pero estamos en un punto de inflexión importante: 2030 está a la vuelta de la esquina. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la lucha contra el cambio climático son retos a los que podemos contribuir desde el Trabajo Social. Y la erradicación de cualquier forma de violencia ha de convertirse en nuestra meta final. La convivencia en paz, las relaciones afectivas respetuosas y la cultura del buentrato han de figurar como eje transversal de nuestras prácticas profesionales.
Estos son algunos de los desafíos que nos aguardan, seguro que nos encontraremos más en el camino, pero también podemos sentirnos confiadas/os que ese camino no lo estamos recorriendo en solitario. Somos muchas y muchos los que compartimos esta visión del Trabajo Social, nos queda hacerla visible y reforzar las redes. Y hemos de perder el miedo y la baja autoestima profesional, somos una profesión con historia y con un futuro esperanzador, comprometida con los Derechos Humanos y la dignidad de las personas, por eso, cada vez que siento ganas de tirar la toalla vuelvo a los orígenes, releo lo que he aprendido y me reafirmo más en la necesidad de seguir aprendiendo, agradeciendo y compartiendo nuevos modos de hacer y ser desde el Trabajo Social.
Excelente. Me.emociona haberte dado apoyo para descubrir tus fortalezas profesionales y seguir aportando a la gente con la que trabajas. Gracias por incluirme en tus puntos de apoyo. Muy honrada. Me ha encantado lo de construir redes desde.la sonoridad, resistir entrar en competencia con las compañeras cuando tenemos que enfrentar los sistemas, y necesitamos estar unidas y sororas las » subversivas». Un abrazo grande !
Muchas gracias Karina! Qué bonito! Otro abrazo fuerte para ti!
Magnifica reflexión, en parte me ha pasado lo mismo, he logrado reactivar mi creencia en la posibilidad de hacer otro Trabajo Social , al tiempo que he renovado mi vitalidad intelectual y profesional.
También creo que este texto debería ser una lectura obligada de primer curso con un debate punzante después.
Gracias por compartir, seguimos en el camino.
Gracias Celsa! No sabes cuánto me alegra que te haya gustado! Me encanta compartir el camino con compañeras como tú! Un abrazo!