Finaliza un nuevo curso escolar y quería compartir algunas reflexiones al hilo de lo vivido. También en estos días tuve la oportunidad de observar una escena curiosa: estaba en una cafetería y en la mesa contigua se sentaba un niño de unos 8 o 9 años, un hombre de unos 40, presumiblemente su padre y un señor y una señora de unos 70, presumiblemente sus abuelos. Durante la media hora larga que estuve en la cafetería no hubo ni una sola interacción verbal entre padre e hijo, sí con los abuelos que le decían chorradas varias mientras la criatura devoraba una bolsa de papas fritas. Me llamó mucho la atención la escena porque me pareció muy simbólica de las comunicaciones humanas adultas con la infancia. En el salón contiguo de la cafetería sonaba un partido del mundial y no sé si el presunto papá estaría más abstraído en escuchar si metían gol que en prestar atención a las necesidades de su hijo.
Esto, que puede parecer un hecho puntual, no lo es. Es reflejo de la relación que establecen ya demasiados padres y madres y madres con sus hijos e hijas. En esta familia observada no había madre presente, podemos hipotetizar si los progenitores estaban separados y ese era uno de los días asignados al papá, igual sí existía madre y estaba trabajando,… no lo sabemos, pero lo cierto es que cada vez con mayor frecuencia me encuentro en mi trabajo criaturas con dificultades emocionales o conductuales por enfrentarse a estilos educativos discrepantes en casos de separación, o peor, en casos de convivencia. Criaturas que se encuentran al “cuidado” de pantallas en lugar de estar cuidadas por su familia con amor, responsabilidad, normas, seguridad, protección,… La ausencia, real o simbólica, de figuras adultas como modelos coherentes supone que las niñas y los niños se enfrentan al mundo sin referentes, con los riesgos que ello conlleva. Para un óptimo desarrollo se necesitan cuidados físicos, contacto social, valores, seguridad, educación,… en definitiva: apego seguro, vínculos afectivos. Cuando esos elementos empiezan a fallar se altera la seguridad física y emocional de las criaturas, especialmente en contextos donde no solo se producen discrepancias o pautas educativas inadecuadas sino que se ejerce violencia. Educar desde los buenos tratos es el gran reto del siglo XXI que se antoja cada vez más complejo cuando vemos situaciones como la de las criaturas enjauladas por la administración Trump o las menores víctimas de abusos sexuales con cada vez mayor visibilidad.
En la actualidad nos enfrentamos a nuevos escenarios y situaciones sociales que no existían en generaciones precedentes o no se producían de forma tan generalizada y con tal intensidad, a saber:
- La nomalización de la violencia (noticias constantes de hechos maltratantes)
- La hipersexualización de la infancia (adultización y erotización especialmente en las niñas, acceso libre a contenidos pornográficos sobre todo los niños, utilización de menores para publicidad adulta,…)
- La sobreexposición a las pantallas (uso y abuso de videojuegos violentos)
El efecto de estas realidades impacta desfavorablemente en las niñas y niños, distorsionando lo que ha de ser un crecimiento y desarrollo adecuado a cada edad. Convertir la violencia en una forma de relación nos aboca a un futuro terrible; la falta de empatía que están mostrando algunos niños cuando agreden y no son capaces de conectar con los sentimientos de la criatura agredida y entender el daño causado, va en aumento.
Y algo que también se ha detectado en talleres de educación afectiva y sexual con 6º de primaria es que empiezan a identificar sexualidad con violación, es decir, cuando se les pregunta qué palabras les vienen a la cabeza cuando oyen hablar de sexualidad, cada vez más niños responden: “violar”, “que te violen”,… Qué daño están haciendo “las manadas”. También asistimos a otro hecho preocupante: la violencia machista en parejas jóvenes. Según Carla Vallejo, Magistrada del Tribunal Superior de Justicia de Canarias, “de 2016 a 2017 los casos de violencia de género en parejas adolescentes investigados por las Fiscalías de Menores en Canarias se han incrementado un 25%, no se está visibilizando un fenómeno ya existente, se está incrementando un fenómeno nuevo”. La generación que ha crecido al amparo de la Ley Integral contra la Violencia de Género la sufre cada vez más cuando debería irse erradicando.
Ante esto, sólo nos queda desarrollar políticas preventivas exitosas en los ámbitos comunitarios y educativos, con voluntad/complicidad política, técnica y ciudadana. Dejar ya de lado las intervenciones “paracaidistas” cada 25 N / 8 M y apostar por programas estructurados estables y continuados en el tiempo con evaluaciones que valoren su impacto en la población para la superación del sexismo. Las administraciones han de abstenerse ya de invertir más dinero público en acciones puntuales, hay que optimizar lo ya existente y no partir de cero, reorientando el foco y poniéndolo también en los chicos y en la construcción de masculinidades alternativas. No debemos olvidar que las manadas salen de las escuelas y que como dice el slogan feminista: “Vivimos en una sociedad que enseña a las mujeres a cuidarse para no ser violadas, en vez de enseñar a los hombres a no violar”. Mientras se siga normalizando la violencia y la cultura de la violación, las mujeres no estaremos seguras y ni hombres ni mujeres podremos compartir relaciones afectivas y sexuales placenteras, respetuosas e igualitarias.
Un futuro igualitario pasa por construirlo desde el presente, con mirada violeta, sin confrontaciones entre sexos, desde una pedagogía feminista e interseccional. El sistema educativo es clave en esta tarea, así que, a recargar energía con las vacaciones porque nos esperan cursos cada vez más complejos. ¡Feliz verano a todas/os!