Nunca he sentido un sentimiento de identificación profundo con ningún territorio, con ninguna bandera. No tengo una identidad nacionalista aunque me apetezca en infinidad de ocasiones independizarme de este mundo, especialmente cuando se producen situaciones de violencia. Hoy es uno de esos días…
Nací en Canarias, con sangre gallega, pero me emociona igual una folía que una jota, una muñeira que una sardana. He llorado con amigas catalanas al escuchar L’estaca de Lluís Llach y he palmeado a bailaoras en Sevilla con tanta intensidad que las que me rodeaban flipaban porque no entendían que fuera canaria y le pusiera tanto empeño (hace 20 años de aquello). Me siento como Virginia Woolf cuando decía aquello de «… como mujer, no tengo patria. Como mujer, no quiero patria. Como mujer mi patria es el mundo entero». Y este sentimiento creo que es perfectamente compatible con los sentimientos de otras personas que sí se identifican con banderas y territorios, con historia, con culturas, con genealogías de vida. Ahí está la riqueza de la diversidad, en poder convivir de forma respetuosa personas de diferentes creencias sin dañarnos las unas a las otras.
Hoy Cataluña nos duele a muchas que, sin ser independentistas, sí creemos en los Derechos Humanos y en la libertad de los pueblos. No voy a hacer un análisis profundo y racional de lo sucedido porque ya habrá cientos de tertulianos/as dedicados a ello, y algunas claves de todo este proceso las ha dado de forma muy clarificadora Joaquim Bosch y las podéis leer aquí, pero sí voy a hacer una reflexión más emocional.
El gobierno del estado (con minúscula de forma consciente) se escuda en que hay que cumplir la Constitución y que la ley está para cumplirla (salvo cuando les atañe a ellos y su saqueo de lo público), y sí, es cierto, las leyes están para cumplirlas… salvo cuando se manifiesten profundamente injustas y haya un clamor popular que reclame su cambio. Si las mujeres no nos hubiéramos rebelado ante leyes injustas seguiríamos sin votar, sin divorciarnos, sin autonomía,… Si Rosa Parks se hubiera levantado de aquel asiento, tal vez los derechos civiles de la población negra estadounidense estarían todavía limitados… o no, pero un solo gesto pacífico puede cambiar el mundo. En Cataluña lo han hecho mal, cierto, sus gobernantes no han pensado precisamente en el diálogo y el bien común sino en defender sus ideas cueste lo que cueste, pero es que resulta difícil dialogar con una pared, que eso es lo que ha supuesto el gobierno central, un muro con el que se choca constantemente siempre que se quieran reivindicar derechos que no encajan con su visión conservadora del mundo.
La desobediencia civil es una estrategia pacífica y no violenta de hacer frente a leyes que se consideran injustas; hace dos siglos Henry David Thoreau inició un movimiento al que se sumaron figuras más conocidas como Gandhi o Luther King; la lucha sufragista es otro perfecto ejemplo de ello, o la objeción de conciencia frente al servicio militar. Hoy nadie cuestiona (al menos en este contexto) el derecho de las mujeres a votar, a lo mejor dentro de 200 años, Cataluña ya no formará parte de España y a nadie le resultará extraño. Los países, las fronteras, se construyen, se destruyen, se reconstruyen,… a estas alturas de la película confiaba en que el pasado nos hubiera enseñado que la violencia no es el mejor recurso y que el definir fronteras arbitrariamente ha generado más conflictos que bienestar porque supone no respetar la identidad de los pueblos. Y que yo no tenga una identidad definida y me considere ciudadana del mundo, no significa que no haya pueblos y personas que sí la tengan. Cuando seamos capaces de dejar de mirarnos el ombligo y considerar que nuestros planteamientos y creencias son las mejores y las únicas válidas entonces podremos empezar a construir otro mundo más humano y cuidadoso con las personas y no con las fronteras.
Hoy es un día triste para la democracia y la libertad. Las imágenes de policías reprimiendo, golpeando a personas que sólo querían votar tranquilamente (por muy ilegal que se haya considerado esa consulta) resultan sangrantes en un Estado de Derecho. El deseo de un pueblo de expresarse pacíficamente no puede ser jamás reprimido por medios violentos; es obligación ética de nuestros gobernantes (cuando se tiene ética, claro) resolver los conflictos a través del diálogo, la negociación o la mediación si lo primero es inviable. Es paradójico que en las escuelas se prime la resolución asertiva de conflictos y quienes nos gobiernan ofrezcan justamente el ejemplo contrario. Política patriarcal. A la violencia se recurre cuando no se tienen argumentos, y siempre, siempre hay argumentos y alternativas frente a la violencia.
Como mujer apátrida (aunque el estado no me lo reconozca) reivindico la Matria (que diría Victoria Sendón) frente a la patria; ésta ya ha demostrado que no funciona. Lo han demostrado los que cantaban el “Cara al Sol” en Madrid sintiéndose los más “patrióticos” del mundo, lo ha demostrado la represión ejercida en Cataluña, lo ha demostrado el expolio de dinero público de quienes dicen defender la patria. El “patriotismo” mal entendido ha generado demasiado dolor… esos patriotas todavía permiten que se pudran muertos en las cunetas y no se reconozcan a las víctimas del franquismo; esos patriotas que reprimen con brutalidad a la ciudadanía catalana son los mismos que miran para otro lado en lugar de responder con intensidad ante la violencia machista; esos patriotas que tanto defienden España permiten que lo mejor de nuestro talento joven se vaya del país (que quieren mantener unido a la fuerza) porque no crean las oportunidades para su desarrollo profesional; esos patriotas, en definitiva, están haciendo de este país un lugar cada vez más insoportable, donde su mediocridad y falta de escrúpulos nos daña a todxs, a quienes reproducen la violencia y a quienes no soportamos sus efectos.
Pero el nivel de hartazgo empieza a alcanzar niveles preocupantes; ojalá hubiera un antes y un después del 1 de octubre de 2017; ojalá seamos capaces de construir un mundo, una Matria, basada en el diálogo, en los cuidados, en los afectos, en el respeto a todo tipo de diversidades, en la democracia, la libertad y la igualdad. No es tan difícil, sólo hace falta reconocer que nos unen más cosas de las que nos separan.