La siguiente reflexión está basada en mi experiencia, subjetiva, no contrastada científicamente, y por tanto sujeta a error.
En el siglo pasado las relaciones interpersonales se construían en los bares, cafés, domicilios particulares (o sea, en las casas de la gente). A partir del siglo XXI, con el auge de las redes sociales, nuestra forma de comunicarnos y relacionarnos se ha visto sustancialmente modificada. 2004 es la fecha de inicio de la red social por excelencia, Facebook, que aglutina más de 1.900 millones de usuarios/as. Le seguirían otras como Twitter, Whatsapp, Instagram,… una proliferación increíble de cada vez más aplicaciones para interconectarnos en un mundo donde, paradójicamente, la gente se siente cada vez más sola. El consumo compulsivo de “likes” en Facebook, la exhibición pública de la vida privada, el acoso y derribo a personas conocidas o desconocidas por parte de otras personas todavía más desconocidas,… es el pan nuestro de cada día virtual (no voy a centrarme en los aspectos positivos que permite la interconexión, que evidentemente son muchos).
Las relaciones se magnifican, se distorsionan,… se piensa que tenemos muchos/as amigos y amigas porque nos dan “me gusta”; confesamos nuestras intimidades más ocultas con personas a las que nunca tocaremos, que se encuentran a miles de kilómetros de distancia de nuestro hogar, lo que por un lado nos garantiza “cierta seguridad” y por otro nos deja igual de perdidas/os y vulnerables que al inicio de la confesión, pero con una sensación de haber vomitado nuestros problemas y sentirnos liberadas/os; se asiste al suicidio de personas de forma impasible; se dan indicaciones terapéuticas a personas a las que no se ha mirado a los ojos,… y así…
Yo tengo Facebook, Twitter, Whatsapp, Telegram,… y un blog, este. Apenas estoy activa en Twitter y en Facebook tengo más de 1.700 “amigxs”. Estoy unida a diferentes grupos, la mayoría de Trabajo Social y Feminismo y uno, en el que participo con relativa frecuencia, de críticas/os con las pseudociencias (que resulta muy divertido). Reconozco que he conocido personas interesantes gracias a Facebook pero intento que eso no me haga perder la perspectiva. De las “amistades” que pueblan mi muro, podré conocer personalmente a 100, 150 como mucho, con lo que unas 1.600 siguen siendo auténticas desconocidas. Intercambiar comentarios o likes en una red social no construye una amistad. La amistad es otra cosa. Amistad es poder contar con una persona cuando lo necesitas, es poder confiar, es sentirte cómoda cuando estás con ella; amistad es compartir, es reír, es mirarse a los ojos, es llorar juntas si es necesario, es abrazarse, es tocarse, es compartir aficiones, es divertirse, es complicidad, es apoyo afectivo,… que se va construyendo a través del tiempo (no de la noche a la mañana). Lo demás no es amistad, es ser “conocido”, “colega”, “amigx de Facebook” y no es lo mismo ser amigx de Facebook que ser AMIGX, con mayúscula. Mis amigas/os de verdad, íntimas/os, no llegan a una docena, el resto se sitúa en distintos niveles de proximidad que van de la amistad-muy afectiva hasta el escaso conocimiento (ese que implica que no me acuerdo ni del nombre o de qué nos conocemos).
Estas últimas semanas he vivido acontecimientos relacionados con las redes que me han hecho reflexionar sobre la construcción de las relaciones humanas. Por primera vez en mi vida he tenido que bloquear a alguien de mi tfno., del whatsapp, del Facebook, para impedir un “acoso”. Creo que tenemos que ser conscientes de los límites que tenemos que autoimponernos cuando nos relacionamos de manera virtual. Si en la vida “real” no vamos a la casa de una semidesconocida a las 12 de la noche implorando ayuda, ¿por qué lo hacemos virtualmente? Si en la vida real no vamos contando nuestras intimidades a desconocidos/as por la calle, ¿por qué lo hacemos tras una pantalla? ¿Dónde se perdió el mirarse a los ojos con un café o una cerveza delante?
Creo que la responsabilidad de lo que está pasando a través de las redes sociales no es de las propias redes, sino que es, naturalmente, de las personas que se esconden detrás. Que media España se haya lanzado a destrozar a Andrea Janeiro (con insultos absolutamente machistas por otra parte) es terrible, es acoso, es delito. Que las feministas suframos ataques virtuales día sí y día también es sintomático (y también delictivo en muchas ocasiones, aunque no se haga nada). Son síntomas de una sociedad enferma, de una masa escondida tras una pantalla que destila un odio irracional frente a lo diferente. Que no respeta la diversidad, que no acepta perder privilegios, que se arma de argumentos irracionales para propagar fascismo, machismo, misoginia, xenofobia, lgbtfobia,… Y eso es lo verdaderamente preocupante.
Así que, antes de lanzar cualquier exabrupto por las redes, pensemos primero si lo haríamos cara a cara, qué consecuencias tendría (cómo impacta en la persona que lo recibe) y qué necesidad tenemos de hacer daño. Si transformamos el maltrato en buentrato, el mundo iría mucho mejor (obviedad del día, pero que a veces es necesario recordar).