La respuesta a esta pregunta es una obviedad: no, no se puede obligar a querer, pero para una buena parte de la judicatura parece que los afectos han de resolverse a golpe de sentencia judicial. Eso parece que es lo que pretenden cuando se obliga a menores a mantener contacto con un padre al que han visto maltratar a su madre, que les ha maltratado a ellas/os o que ha llegado a abusar sexualmente en muchos casos.
La familia, desgraciadamente, no se elige; te puede tocar una afectiva o una negligente o maltratante. Cuando nos toca una afectiva, segura y bientratante se aprende a recibir y a expresar afecto; cuando nos toca una maltratante se aprende el miedo, la inseguridad, la desvinculación afectiva,… El impacto de la violencia machista en menores está archidemostado, por citar unos pocos ejemplos véase aquí, aquí o aquí, pero parece que los estudios de las administraciones públicas o de organizaciones de prestigio como “Save the children” no hacen mella en el ámbito judicial. El último caso mediático, el de María Salmerón, que acaba de ser indultada parcialmente (pero tendrá que hacer trabajos a la comunidad, cosa que no tuvo que hacer su maltratador que ni pisó la cárcel) es un perfecto ejemplo del calvario que viven cada día miles de mujeres que se ven obligadas a cumplir una sentencia que obliga a sus hijas/os a mantener contacto con sus padres maltratadores. Como la justicia no quiere escuchar que un maltratador no es un buen padre, acusa a las madres de manipuladoras y excluye a las/os menores de un procedimiento de audiencia. A las criaturitas peques no se las escucha, y cuando se hace, en muchos casos, se culpa a la madre de su manipulación. ¿Cómo no pueden querer ver a su padre? ¡por favor! qué aberración, un padre es un padre, ¿que es violento?… bah, minucias. Ha podido ser violento con su pareja, pero sus hijos/as son sus hijos/as! Ese es el argumento patriarcal más repetido para justificar la “bondad” de los maltratadores: la propiedad sobre “sus” hijos/as. No hay más, es una cuestión de poder, de alianzas patriarcales entre jueces y maltratadores (y juezas aliadas con el patriarcado, que aquí no se libra nadie).
Hace un par de semanas, una madre me contaba llorando cómo se sentía fatal por haber obligado a su hija de 4 años durante casi dos horas y media a subirse al coche con su padre para cumplir la sentencia judicial. Niña que repentinamente había empezado a negarse a ir con un padre que pasaba olímpicamente de ella, niña que desde que tenía meses, y por insistencia de su madre, cumplía con el régimen de visitas con un padre que tenía más interés en el último partido de fútbol que en ir al parque con su hija; niña que con 4 años dijo: hasta aquí; madre aterrada por las consecuencias judiciales; niña que siente que no la quieren y lo expresa… niña a la que, probablemente, no escucharán jamás en el ámbito judicial. Niñas y niños como esta hay millones, algunxs son resilientes y logran superar las secuelas del maltrato; otrxs vivirán con miedo, con restricción emocional, con trastornos del vínculo, con problemas de conducta, con dificultades de aprendizaje, con pesadillas, con trastornos alimentarios,… con las infinitas consecuencias de una infancia infeliz por primar lo biológico (la paternidad maltratante) por encima de los cuidados y el afecto.
No, no se puede obligar a querer cuando te han maltratado, pero sí se pueden crear nuevos vínculos de elección con personas amorosas que puedan compensar el estrés postraumático derivado de una situación de maltrato (en ese sentido, el papel que pueden desempeñar madres, familia extensa, educadoras/es, amistades,… es fundamental para reparar los daños causados por los maltratadores). La familia es algo más que la sangre, sobre todo, cuando la violencia es la pauta de relación entre determinados miembros. Mientras siga primando el poder del “pater familias” frente al principio jurídico que garantiza el “interés superior del menor”, estaremos contribuyendo a crear una generación de criaturas infelices que podrán reproducir en un futuro el modelo maltratante en el que fueron socializadas. El cambio depende de que empecemos a construir con urgencia una sociedad libre de machismo y violencia.