No había querido hacer ningún post sobre la enervante misoginia a la que estamos asistiendo últimamente hacia las mujeres que se dedican a la política (política en partidos, porque muchas mujeres hacemos “política” desde que asumimos que lo personal es político, sin vincularnos a ninguna formación concreta), pero ya estoy un poco cansada, así que descargaré mi rabia feminista por aquí un ratito.
¿Alguien se imagina que nuestros comentaristas / tertulianos políticos se pasaran la vida diciendo de diputados, senadores o ministros que son “aseaditos”, “feos”, “malfollados”, “putos”, “gordos” o “tiorros”? ¿No se cuestionaría esa forma de hacer periodismo? ¿No se cesaría / despediría a quienes los hacen? Pues cuando se hace sobre las mujeres parece que no saltan demasiadas alarmas. Es cierto que determinados comentarios han incendiado las redes sociales pero la mayor indignación se ha generado entre mujeres y quienes hacen gala de su machismo más reaccionario siguen campando a sus anchas por tribunas de opinión y programas de la derecha cavernaria (lo que no quiere decir que no haya machos rancios de izquierdas).
La caza de brujas de los siglos XV a XVIII llevó a la hoguera a miles de mujeres acusadas de todo tipo de aberraciones malignas (desde comer niños/as a copular con el diablo), ahora se nos envía a la hoguera mediática y se nos juzga permanentemente por nuestro vestido, nuestro cuerpo, nuestro pelo, nuestrxs hijxs (y lo que hacemos con ellxs, por ejemplo, darles de mamar en el Congreso) y no por nuestras ideas (supongo que subyace el mito de que las mujeres no tenemos cerebro, por lo que no nos pueden cuestionar por algo ausente de nuestra anatomía). Lo malo del siglo XXI es que, mientras en los siglos precedentes, nos juzgaban siempre hombres (el poder patriarcal de la iglesia se ha mantenido estable), ahora que vamos de liberadas y postmodernas nos juzgamos entre nosotras, todo muy “sórico”. Hasta algunas feministas llegaron a preguntarle a Bescansa cuando apareció con su bebé en el Congreso que dónde estaba su marido, como si las mujeres no pudiéramos parir y criar libremente sin un hombre al lado como siempre hemos defendido otras que nos consideramos feministas. No sé cómo hemos caído en la trampa de juzgar personas y no hechos; yo puedo disentir ideológicamente con el independentismo de la CUP, pero jamás se me ocurriría decir que Anna Gabriel es retrasada, fea o puta.
Mujeres de todos los partidos han pasado por la mirada patriarcal y juzgadora de una sociedad que se llena la boca de democracia e igualdad y que cada semana recoge cadáveres de otras que fueron quemadas (apuñaladas, golpeadas, violadas,…) más salvajemente que con las palabras en los medios, otras que tuvieron la desgracia de convivir o relacionarse de algún modo con un asesino. Pero, ¿qué diferencia a aquellos que llaman putas, zorras repugnantes, puercas o guarras a mujeres políticas de quienes asesinan a mujeres que no se dedican a la política? Prácticamente nada, su capacidad de autocontrol frente al crimen, frente a la violencia física, porque la psicológica la ejercen de la misma manera en medio de un clima social de absoluta impunidad.
Frente a la misoginia y el machismo campante que se afianza no veo otra solución que las alianzas intragénero y el posicionamiento público de aquellos varones que no las comparten. Mientras tengan que salir públicamente mujeres de una formación política a reivindicarse como herederas de aquellas brujas que no pudieron quemar, es que la democracia y la igualdad siguen estando muy alejadas de nuestra sociedad.