Como cada año, cada 25 de noviembre, conmemoramos el día internacional contra la violencia de género, la violencia machista, misógina y patriarcal, que cada año se cobra la vida de miles de mujeres en todo el mundo, una media de 70/80 en nuestro país. Y como cada año, en torno a esta fecha, nos inundan las actividades, los congresos, las jornadas de formación, los espacios de sensibilización, los manifiestos, los minutos de silencio,… y tras el 25 pasará otro año donde millones de mujeres seguirán sufriendo violencias, directas y simbólicas, visibles e invisibilizadas, y el resto del año parece que la violencia nos importa menos, o la vamos normalizando, y cada semana nos desayunamos con un crimen machista y ya no nos conmueve tanto; otra más, otra más que no denunció (afirman los medios culpabilizadores)… o sí, y el sistema no la protegió; otra más que pasará a engrosar una larga lista macabra de una violencia que parece no tener fin.
Cuando en España se cumplen 10 años de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, toca hacer balance de logros, dificultades y mejoras. No cabe duda que la Ley ha sido un paso importante en la protección de las mujeres que sufren situaciones de violencia, la creación de recursos especializados y juzgados específicos ha permitido que la sensación de impunidad que rodeaba esta forma de violencia vaya disminuyendo. Cada vez hay mayor rechazo social a la violencia de género, pero todavía queda un largo camino que evite el reguero anual de muertes y que erradique de una vez para siempre la violencia machista de nuestra sociedad. Y ahí está el reto, un reto que compete principalmente a unos poderes públicos que, a nivel estatal, se han ocupado en desmantelar servicios y en trasladar a la opinión pública una política de ausencias, indiferencia y cuando no, ineptitud manifiesta.
Y en ese reto urge incrementar las atenciones a las víctimas, la recuperación emocional, la superación de las secuelas de la violencia es fundamental y la atención a todas las víctimas de la violencia también, las mujeres y sus hijas e hijos. Urge acabar con la impunidad de los maltratadores y asesinos, que pese a incrementarse el rechazo, todavía pervive. Urge educar en igualdad, educar los afectos, la sexualidad,… para construir relaciones igualitarias como alternativa a la violencia. La prevención es la gran asignatura pendiente, se sigue “previniendo” cada 25 de noviembre y el resto del año nos olvidamos, se siguen haciendo proyectos de “prevención” en dos meses y los diez restantes nos enredamos en la burocracia para luego derrochar los dineros públicos en dichos dos meses sin evaluar el impacto real y transformador de esas acciones puntuales (que en mi modesta opinión poco impacto tienen acciones de dos meses).
En torno a este 25 de noviembre me surgen muchos cuestionamientos (demasiados para plasmarlos en un solo post), los 10 años de la ley permiten un freno y un balance que me hacen plantear algunas reflexiones:
– Resulta paradójico que en espacios en los que se dice rechazar la violencia de género se dé voz a personas maltratadoras.
– Resulta intolerable que servicios especializados en violencia de género no atiendan correctamente a mujeres víctimas, pongan en duda su credibilidad y éstas se sientan doblemente victimizadas.
– Resulta frustrante que las víctimas no encuentren en los recursos especializados la celeridad que éstas requieren y tengan que engrosar listas de espera para ser atendidas.
– Resulta indignante el calvario que tienen que pasar las familias de las víctimas mortales de violencia machista porque parece que nos olvidamos que el impacto de la violencia no sólo afecta a las mujeres que la sufren directamente sino a su entorno afectivo más cercano.
Sí, resultan que muchas cosas siguen fallando… Lo que acabo de nombrar son situaciones reales que se han producido en las últimas semanas y de las que tengo conocimiento directo a través de las mujeres que las sufren.
Sí, todavía quedan muchas que mejorar. Este 25 de noviembre me causa especial revoltura interna porque a mi habitual rechazo a la violencia se suman hechos tan surrealistas como los descritos. Ojalá el próximo 25 N sea diferente.
Ojalá, pero no sé si lo espero con mucha esperanza..