El miércoles fue 25 de noviembre. Esto, que parece una obviedad para cualquiera que tenga un calendario a mano, no lo es tanto si recordamos que el 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional para la eliminación de la violencia contra las mujeres.
Justo hace 10 años que Naciones Unidas, en diciembre de 1999, declaraba el 25 de noviembre fecha para recordar las violencias que sufren millones de mujeres en el mundo por el hecho de ser mujeres. Se eligió esa fecha para recordar el brutal asesinato en 1960 de las hermanas Mirabal (Patria, Minerva y Mª Teresa) en República Dominicana durante la dictadura de Trujillo. Y es noviembre el mes en el que se recuerda con más insistencia la necesidad de construir relaciones igualitarias y libres de violencia entre mujeres y hombres (tal vez el resto de meses del año debería ser recordado con la misma intensidad).
Casi 50 años después del asesinato de las hermanas Mirabal, siguen siendo asesinadas mujeres en el mundo por defender su libertad, ya no sólo por activismo político, como en el caso citado, sino por la defensa de un bien más íntimo y preciado: la integridad física, emocional, sexual,… la dignidad y la liberdad de ser quien realmente se desea ser, por defender la capacidad de decidir por una misma, por ser autónoma (o al menos, por intentarlo). Millones de mujeres en el mundo siguen siendo consideradas ciudadanas de segunda, propiedad de maridos, padres, hermanos, tíos, hijos, curas,… que se arrogan el derecho de ultrajar sus cuerpos y destrozar sus vidas.
Para conmemorarlo, yo, el 25 de noviembre, me dediqué toda la mañana a valorar un caso de maltrato paterno a una niña de 12 años y adoptar las oportunas medidas de protección; y para conmemorarlo con más énfasis, en estos días nos ha conmovido y revuelto las entrañas el caso de la pequeña Aitana, la menor de 3 años, que, en Tenerife, acabó falleciendo a consecuencia, según publicaron las primeras informaciones, de los presuntos malos tratos propinados por la pareja sentimental de su madre, y según, conocimos posteriormente, a causa de las lesiones internas provocadas por una caída en un parque infantil.
¿Podemos hablar de violencia de género en estos casos? ¿Es violencia de género aquella que se ejerce contra menores por parte de distintos varones de su entorno familiar? ¿El maltrato contra la infancia se puede calificar de violencia de género? Es un tema polémico y delicado.
Creo que, en sentido amplio, toda expresión de violencia tiene un claro componente de género ya que la violencia está asociada al ejercicio tradicional de la masculinidad. ¿Qué quiero decir con esto? Que si a los hombres culturalmente se les ha asociado con lo masculino (y todo lo que ello conlleva: impulsividad, dominio, actividad, racionalidad, espacio público, energía,…) y a las mujeres culturalmente se nos ha asociado con lo femenino (y todo lo que ello conlleva: pasividad, sumisión, intuición, ternura, espacio privado, cuidado de otras personas,…), el modelo de hombre ajustado a estereotipos de género debe responder a un patrón en el que el uso de la violencia para resolver conflictos está legitimado socialmente. Si ello es así, cualquier expresión violenta tendrá que ver con el mayor o menor grado de interiorización de esos modelos tradicionales de masculinidad. Por tanto, en sentido amplio, toda violencia tiene relación directa con la construcción de género de hombres y mujeres.
En sentido estricto, el maltrato infantil es una forma de violencia específica contra menores que puede ser ejercida por cualquier miembro de la familia, aunque es cierto que hay especificidades por cuestión de género en función del tipo de maltrato. Por ejemplo: el abuso sexual infantil es ejercido abrumadoramente por hombres (99%) frente a la negligencia o el maltrato físico donde los porcentajes por sexo están más repartidos (si bien es cierto que no todos los estudios desagregan los datos por sexo).
Por consiguiente, la violencia ejercida contra menores en el contexto familiar puede ser entendida como violencia de género en sentido amplio, pero no en sentido estricto si tenemos en cuenta la definición de Naciones Unidas de esta forma de violencia: «Es una manifestación de las relaciones poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres, que han conducido a la dominación de la mujer por el hombre, la discriminación contra la mujer y a la interposición de obstáculos contra su pleno desarrollo» (Plataforma de Acción de Beijing, 1995).
Cualquier forma de violencia es un ejercicio de poder y control sobre alguien que consideramos desigual, inferior o carente de derechos. En el caso de la violencia contra las mujeres sus causas e implicaciones están claras: la violencia que sufrimos por el hecho de ser mujeres tiene que ver con un modo de organización social (el sistema patriarcal) que ha generado relaciones desiguales de poder entre ambos sexos. En el caso de la violencia contra las/os menores, el poder patriarcal se sigue transmitiendo por medio de la violencia; el problema es que, paradójica y desgraciadamente, demasiadas mujeres le siguen haciendo el juego al poder patriarcal.
Hace tres siglos, Mary Wollstonecraft (1759 – 1797) dijo que muchas mujeres «más pareciera que se dedicaban a sacar brillo a sus cadenas que a tratar de sacudírselas». La gran paradoja del patriarcado es haber convencido a las mujeres para estar a gusto en la «jaula dorada» que ya citara la propia Wollstonecraft.
El gran reto es romper esa jaula, romper los grilletes simbólicos que aún nos aprisionan y construir un mundo donde mujeres y hombres seamos capaces de convivir sin violencia… El problema es que este reto no nos afecta sólo a nosotras…