El pasado día 11 se conmemoró por primera vez el «Día Internacional de la Niña«, a propuesta de Naciones Unidas, para recordar que el empoderamiento de las niñas y la garantía de sus derechos resultan fundamentales para alcanzar los Objetivos del Milenio. El eje de la conmemoración se centró en la toma de conciencia sobre el matrimonio infantil y la necesidad de su erradicación. Bajo el lema «Mi vida, mi derecho», Naciones Unidas recordaba que cada año unos 10 millones de niñas en el mundo son obligadas a casarse y que con el fin de estas uniones forzosas se evitarían los riesgos de violencia, embarazos precoces, infecciones por VIH, así como la mortalidad y discapacidad materna.
Y mientras por primera vez se hacía visible a nivel mundial la falta de derechos de las niñas, una de ellas, Malala Yousufzai era tiroteada en Pakistán por defender, precisamente, el derecho de las niñas a la educación. Resulta verdaderamente terrible cuando se aúnan fanatismo religioso y misoginia, algo a lo que nuestro país parece encaminarse con la presión de la jerarquía eclesiástica para que se anulen derechos de las mujeres ya conquistados como el derecho a decidir libremente sobre nuestro cuerpo y la maternidad. Pero volviendo a Malala, mientras escribo estas líneas pelea por su vida con respiración asistida y se ha convertido en el símbolo de la lucha de las niñas por sus derechos, por algo que hoy entendemos tan básico como es el derecho a la educación, pero que hasta hace un par de siglos no se consideraba importante para las mujeres, es más, se consideraba peligroso e inapropiado.
En Europa no se empieza a garantizar la educación de las niñas hasta el siglo XIX, y en nuestro país hasta comienzos del XX las mujeres no pudieron acceder a la universidad. Eso que actualmente suena «prehistórico» para muchas niñas en el mundo sigue siendo una utopía. Al patriarcado no le gusta que las niñas sean listas, que las mujeres tengan conocimientos que puedan contribuir a desequilibrar las bases del sistema, de ahí que todos los gobiernos dictatoriales hayan preferido mantenernos en la ignorancia o educarnos (o maleducarnos) en las «labores propias de nuestro sexo», recordemos si no la vieja «Enciclopedia Álvarez» y el esforzado trabajo de la Sección Femenina por convertir a las niñas y adolescentes de la dictadura franquista en abnegadas esposas y madres al servicio del marido y de la patria.
Cuando leo noticias como la de Malala pienso en la valentía de tantas niñas que defienden sus derechos en las peores condiciones posibles y en la comodidad de las niñas, y especialmente los niños, de nuestro contexto que teniendo las oportunidades educativas a su alcance no las aprovechan (y digo especialmente los niños porque el abandono y el fracaso escolar incide más en ellos).
Urge que nuestro sistema educativo haga una profunda reflexión sobre el sexismo que pervive en él, pese a la actual educación mixta, y apueste por verdaderas escuelas coeducativas, algo que en los tiempos que corren (de conciertos con centros segregados y de eliminación de valores igualitarios del currículum educativo) se me antoja casi tan utópico como la defensa del derecho a su educación de Malala.
Desde este modesto blog mi apoyo a todas las Malalas del mundo. Mientras exista una sola niña a la que se le impida el derecho a la educación, a la que se obligue a casar contra su voluntad, a la que se maltrate o explote,… no podremos decir que vivimos en un mundo civilizado. Y como decía en un post anterior, la clave: feminismo o barbarie.