Entre mis rutinas habituales está la revisión de la prensa matutina, y esta mañana no ha podido ser más desoladora. La sinrazón violenta que ha ocurrido en Noruega nos debe llevar a una profunda reflexión. 92 personas asesinadas (por ahora), 85 de ellas jóvenes progresistas, que «debían morir» porque un fanático «ultraderechista e islamófobo» lo consideró así. ¿Qué lleva a un joven de 32 años a perpetrar semejante barbarie? Las conductas de las personas están motivadas por pensamientos y emociones, yo siempre insisto en mi trabajo en la necesidad de trabajar la competencia social de niños/as y adolescentes, es el «pienso, siento y actúo», pero si lo que pensamos o sentimos está lleno de odio, alimentado por discursos xenófobos, separatistas, misóginos, homófobos,… ¿cómo puede llegar a actuar quien recibe según qué tipo de mensajes?
Si recibimos buenos tratos, tenderemos a proporcionar buenos tratos; si recibimos odio y racismo, tenderemos a reproducirlo. Puede que parezca una explicación simplista, pero esa es básicamente la esencia, sobre eso sumamos condicionamientos sociales y culturales, pero nuestras creencias se alimentan de lo que los mensajes que se producen a nuestro alrededor nos transmiten. Tal vez, determinados responsables políticos que alimentan con sus discursos la xenofobia y el odio a «lo diferente» deberían plantearse qué parte de responsabilidad tienen en las 92 vidas que acaban de ser truncadas. Porque aunque una persona apretó el gatillo, en su Modern Warfare particular, otros espolearon que la matanza de Utoya se consumara.
No es casual que quisiera matar a jóvenes socialdemócratas, ya se sabe que la derecha, si no convece, vence, de una manera u otra (la historia lo demuestra); ojalá que hechos como este no se vuelvan a repetir, aunque el caldo de cultivo está sembrado.
También es simbólico que la matanza se haya producido en un país paradigma del Estado de Bienestar e importante productor de novela negra. Las peores tramas de misterio y asesinato se han hecho esta vez realidad. Quizás alguien también le tenía que haber dicho al tal Anders que una cosa es leer e imaginar matanzas sangrientas y otra protagonizarlas.