Últimamente cada vez que abro la prensa, se me cae el alma a los pies. Una que lleva décadas trabajando en la promoción de la cultura del buentrato y es leer las noticias y tener la sensación de estar en un campo de batalla constante. Y no sólo por los conflictos bélicos en curso, sino por las dinámicas políticas en nuestro país y fuera del mismo. En lugar de argumentarios con datos de gestión pública y propuestas, gobierno y oposición se encuentran enzarzados en una pelea pueril del “y tú más”, con el consiguiente desgaste y asqueamiento que eso provoca a la ciudadanía, al menos a una ciudadanía con decencia ética.
El último despropósito ha sido la reunión del facherío patrio y exterior en Madrid, pero antes se había ido produciendo un caldo de cultivo a golpe de tuit (X) de descalificaciones y comentarios nada edificantes. Creo que en política se tiene que gobernar desde el Congreso y el Senado (o los parlamentos regionales) y no desde redes sociales, y últimamente tengo la sensación de que las políticas se realizan a golpe de tuit por políticos/as que caen en el insulto fácil y el comentario denigrante, y de quienes se desconoce qué hacen por mejorar la vida de la gente, que es básicamente para lo que se les paga, con nuestro dinero.
El hartazgo ante esto puede conducir a una desmovilización social, especialmente en periodos electorales que son claves. Ahora se aproxima uno, la construcción de una Europa social está en riesgo ante el avance del fascismo, cada vez más blanqueado y empoderado. Tampoco es que las fuerzas progresistas estén haciendo muchos méritos y se estén diferenciando claramente de estas derechas y ultraderechas horrendas; al final todos los partidos, salvo honrosas excepciones, se suman al carro del neoliberalismo y el capitalismo, tienen escándalos de corrupción, cuentan con machistas en sus filas,… Pocos se salvan, pero sí es cierto que hay matices diferenciales. Y ahora mismo nos tendremos que agarrar a esos matices, a aquellos que todavía valoren la justicia social (tan denostada últimamente), los derechos humanos, la igualdad de derechos, oportunidades y trato, que entiendan que si no se frena el calentamiento global, si no se apuesta por un desarrollo económico sostenible,… no tendremos futuro.
Dentro de los futuros posibles que le aguardan a esta Europa nuestra, nos podremos aproximar a la década de los 40 del siglo pasado, con dictadores de infausto recuerdo, o podemos intentar subvertir un destino que, si seguimos así, nos conducirá a la extinción y apostar por una convivencia respetuosa y bientratante, por un futuro garante de los derechos de ciudadanía, por unos Estados que reconozcan la aportación de las personas migrantes, que garanticen viviendas y empleos dignos, que tengan sistemas de protección social fuertes y que erradiquen cualquier forma de discriminación, desigualdad y violencias, especialmente las violencias machistas.
Quiero creer en un futuro diferente aunque la realidad se empeñe en destrozarme las utopías a diario. Pero como diría Galeano, hemos de seguir caminando y transformar las distopías presentes en utopías posibles futuras.