He visto recientemente una imagen en redes sociales que decía algo así: “todo el mundo conoce a una mujer maltratada en su entorno cercano, pero nadie conoce a un maltratador: no salen las cuentas”. Y efectivamente, seguimos poniendo el foco en las víctimas y no en los verdugos. Esa frase me hizo pensar en mi entorno cercano, familia y amigas, y me he puesto a contar. He elegido 10 mujeres de mi familia y 10 amigas; de la familia he contado 4 mujeres víctimas de violencia, de las amigas 6, algunas con violencias tan graves que sus maltratadores han acabado en prisión (un caso) y en otro con una violencia sexual flagrante que ella no identifica como tal y continúa con su agresor… Por tanto, 10 de 20, el 50%. ¿Quiere esto decir que tengo un entorno cercano lleno de maltratadores y el resto del mundo vive feliz en los mundos de Yupi? No, quiere decir que no estamos contando bien o que todavía nos da pudor reconocer que vivimos rodeadas de agresores de todo tipo.
La mal llamada civilización que conocemos está llegando a su fin; la depredación del planeta ha propiciado una emergencia climática sin precedentes que no sólo nos va a pasar factura a las generaciones presentes sino a las futuras. ¿Y de quién depende el cambio? ¿Quiénes gobiernan mayoritariamente el mundo? EllOs; es cierto que algunas ellAs han ido llegando a escenarios de mando pero, o han asumido estrategias patriarcales para mantenerse, o siguen sin suficiente poder para cambiar las cosas. Justo en estos días charlaba con una querida amiga de la necesidad de que ellos reconozcan sus privilegios para iniciar un cambio, pero eso requiere de un grado de honestidad que muchos no están dispuestos a asumir. Reconocer que la masculinidad hegemónica daña, supone renunciar a privilegios, supone renunciar al poder que otorga esa masculinidad, y nadie que habita en el privilegio está dispuesto a perderlo. Creo que se ha vendido mal lo que pueden ganar en las renuncias porque el mundo de los afectos, de los cuidados, del buentrato,… está denostado y se sigue viendo como una ñoñería; hay quienes alertan de los peligros del “buenismo”, y es cierto, hay corrientes de pensamiento (que piensan poco) que se quedan en lo superficial, no se trata de ser Mr. Wonderful, que es más individualismo y egoísmo a tope, se trata de apostar colectivamente por una nueva ética relacional, respetuosa y amorosa, que considere que cualquier forma de vida en el planeta, incluida la humana, merece un trato digno, se trata del “Vivir sabroso” que popularizara Francia Márquez y que, en definitiva, y como ella misma explicó “se refiere a vivir sin miedo, se refiere a vivir en dignidad, se refiere a vivir con garantía de derechos». Y cuánto necesitamos las mujeres vivir sin miedo.
Sigo varios foros en redes sociales de mujeres supervivientes de violencias machistas, y no se pueden imaginar la cantidad de relatos diarios que leo en ese sentido; así que sí, estamos rodeadas de maltratadores que muestran una cara a la sociedad y otra en las relaciones íntimas, algunos la muestran a todas horas, pero no es lo habitual. Cabría preguntarse entonces, ¿es que no quedan hombres buenos? Sí, claro que quedan, pero si esos hombres no se plantean qué tipo de relaciones y qué tipo de sociedad están construyendo sus congéneres, están siendo cómplices del feminicidio y del ecocidio.
Los hombres buenos necesitan referentes, al igual que las mujeres llevamos siglos reivindicando nuestro papel en la historia y la necesidad de visibilizar referentes para que las niñas sepan que pueden lograr lo que se propongan, ahora mismo urgen otros modelos de ser hombre. Urge el cuestionamiento y la deconstrucción de los privilegios masculinos, urge reconocer los daños y repararlos y no seguir echando balones fuera y culpabilizando a las “perversas feministas” de todos sus males. Óscar Guasch (2006) afirmaba que la masculinidad es como una cebolla: no hay nada debajo y hace llorar; pero también, y rescatando las palabras de este hombre (a ver si diciéndolo un hombre se le hace más caso, porque nosotras ya se sabe que no tenemos autoridad frente a ellos), la masculinidad dominante es el resultado de una estrategia social mediante la cual ciertos varones se reconocen y respetan entre sí. Las mujeres, los gays, las personas con discapacidad y los “miedicas” son los otros a quienes se sitúa en una posición simbólica devaluada. La masculinidad dominante es una forma de complicidad entre varones, basada en la exteriorización ritual y verbal del sexismo, de la misoginia y de la homofobia. Este pacto entre varones tiene tal resonancia social, que incluso afecta a los que lo suscriben o lo rechazan.
Es hora de romper los pactos patriarcales, de romper las fratrías, es hora de mirar hacia dentro y descubrir que sí hay algo debajo de las capas de la cebolla: hay miedos, hay complejos, hay inseguridades,… pero también hay coraje y valentía. Vuestros temores y errores no se pueden seguir sosteniendo sobre el daño a las mujeres y al entorno. Es hora de hacerse cargo de la propia vida para transformarla, es hora de aprender buentrato y practicar la igualdad, es hora de ser un hombre bueno.
* Guasch, O. (2006). Héroes, científicos, heterosexuales y gays. Los varones en perspectiva de género. Bellaterra.