Estoy absolutamente convencida de que la intervención social no puede prescindir de la ética del cuidado, el acompañamiento a las personas en sus procesos vitales, la escucha, el tejer narrativas sobre sus carencias para que, poco a poco, se conviertan en fortalezas y oportunidades de cambio. Concibo una manera de intervenir alejada del control social o de la superioridad técnica, lo que no implica que no apliquemos métodos, técnicas e instrumentos propios en nuestro quehacer profesional; siempre al servicio de las personas, no para hundirlas más de lo que ya llegan a los recursos en los que el Trabajo Social está presente. La intervención social en cualquier contexto, gestione o no prestaciones, no se puede convertir en un mero trámite. Para gestionar una prestación no se necesita a una trabajadora social, el personal administrativo puede introducir datos en un aplicativo perfectamente, pero no se trata de eso, se trata de convertir la gestión en intervención, una intervención concienciadora, que permita a las personas transformar su dificultad en capacidad de agencia. Una alumna en prácticas me comentó hace unos días que la trabajadora social del centro donde se encontraba estaba “atada de pies y manos” y no podía hacer todo lo que le gustaría… Evidentemente, si queremos cambiar el mundo no lo vamos a conseguir (especialmente en estos momentos complejos que nos ha tocado vivir), pero sí es cierto que siempre podemos hacer intervenciones creativas y novedosas si nos potenciamos a nosotras mismas como recurso humano. Independientemente del volumen de recursos económicos que gestionemos, no podemos olvidar que los humanos son los más importantes. Yo puedo gestionar millones de euros y ser una pésima profesional o no gestionar ni un euro y ofrecer respuestas que contribuyen a incrementar el bienestar de las personas. Sigue leyendo Los pequeños detalles