Aviso a navegantes: Este es un post personal, al estilo de abuela cebolleta recordando retazos de historias, así que para leer algo con más fundamento técnico, espera al próximo.
Nací en un año muy erótico y de avances tecnológicos. Ese año de “un pequeño paso para un hombre pero un gran salto para la humanidad” (las mujeres todavía seguimos esperando ese gran salto que nos permita vivir como ciudadanas libres de violencia, pero esa es otra historia). En España vivíamos los últimos estertores de la dictadura franquista, a la que ahora alaban crías y críos que no la conocieron, 50 años después. Nunca creí que vería el auge del neofascismo, pero está claro que los logros democráticos son frágiles y hay que seguir defendiéndolos con uñas y dientes.
Aprendí a leer a los 4 años y no he parado de hacerlo en todo este tiempo. Sorprendentemente he visto cómo, cada vez más, las nuevas generaciones leen menos, y la memoria histórica y los análisis críticos sobre el pasado están bastante ausentes. Ahora prima la inmediatez, el presente, la sociedad líquida, las redes sociales, el postureo en Instagram,… pero el desconocimiento histórico y los fenómenos sociales y económicos estructurales que vivimos nos conducen a la repetición peligrosa de hechos que creíamos superados. Pasé de una época en la que se valoraba el conocimiento, a una que lo desprecia y apuesta por la mediocridad.
Viví 10 años de mi vida en un colegio de monjas del que solo recuerdo dos acontecimientos significativos: cómo me metió mano una monja al coserme un botón y cómo la misma monja avergonzó a una compañera a la que le vino la regla en mitad de la clase y no se sabía qué estaba más rojo, si su cara a consecuencia del escarnio monjil o la falda del uniforme manchada. Así construí mi vivencia de la sexualidad, “casi” superada 50 años después. En la actualidad, tampoco se ha avanzado mucho, más bien al contrario; el porno machista y misógino es el referente en “educación” sexual de las nuevas generaciones (de chicos principalmente), y no hemos sido capaces de generalizar en familias y escuelas un modelo coeducativo que integre la educación afectiva y sexual como construcción de buenos tratos y vínculos seguros; entre la castración sexual y el porno hay todo un universo que descubrir y aplicar.
El paso al Instituto fue traumático pues suponía socializarnos con chicos, una especie con la que no había tenido contacto en 14 años, así que en 4 me tuve que poner al día rápidamente y comprender que no eran tan peligrosos como me los habían pintado. Si bien en la actualidad tengo algunos hombres amigos (pocos pero buenos), no es menos cierto que mis vínculos más potentes y sóricos los he construido con mujeres. En estos 50 años han pasado infinidad de personas por mi vida, algunas permanecen, otras me han hecho daño, otras han pasado sin pena ni gloria, pero lo mejor de todo es lo que he aprendido de todas ellas, lo que he aprendido para no repetir o lo que me han aportado y me siguen aportando las que están (y estarán siempre). Curiosamente, mientras nosotras nos hemos cuestionado la construcción de la feminidad tradicional, los hombres siguen teniendo un reto inaplazable: construir un nuevo modelo de masculinidad, alejado de estereotipos patriarcales, pues no cabe duda que eso nos haría dar pasos de gigante hacia un mundo mejor e igualitario.
Del Instituto a la Universidad con mi primera transgresión: todo el mundo me decía que iba para filología clásica (porque se me daban muy bien el latín y el griego) y era una magnífica “empollona”, así que cuando dije que me iba a Trabajo Social, me miraron con conmiseración pensando que iba a desperdiciar mi vida. Hoy puedo decir que fue la mejor decisión que he tomado y que no me puedo sentir más orgullosa de la profesión que tengo. Me ha permitido crecer personal y profesionalmente y conocer a mujeres luchadoras y resilientes cuyas vidas son ejemplo a seguir y admirar. Para 2019 sí me propongo bajar mi “adicción” al trabajo y dedicarme más al autocuidado y a proyectos gratificantes en compañía de mujeres leales, afectivas y respetuosas.
Y cuando termino Trabajo Social e inicio Periodismo, irrumpe el feminismo en mi vida y llegó para quedarse y transformar radicalmente mi forma de ver y afrontar el mundo, con un coste personal que sigo pagando en la actualidad. La mitad de mis 50 años de vida ha estado dedicada al activismo, 2019 será el año del parón, del abandono de la militancia y la presencia en espacios públicos, tanto sociales como feministas. La irrupción de savia nueva al compromiso activista es necesaria y los últimos años (manifestación 7N en 2015 o huelga del 8M en 2018) han demostrado que el relevo generacional está garantizado y que el feminismo ha ido calando cada vez más en la sociedad, aunque no hay que bajar la guardia porque las ideologías ultraconservadoras se rearman y tenemos que imaginar nuevas estrategias para hacer frente a los retrocesos.
2019 será un punto de inflexión. No sé si tendré la oportunidad de disfrutar otros 50, pero en los que me queden me propongo cuidarme y cuidar, cuidar los vínculos, las personas que me importan, mi familia de elección y la poca familia biológica que me queda; me propongo leer y escribir más, seguir trabajando a un ritmo más pausado por una sociedad respetuosa con los derechos humanos y, especialmente, con los derechos de mujeres y niñas/os. Valorar las pequeñas cosas y evitar los espacios dañinos, eliminar de mi vida todo lo que no aporte placer y bienestar. Esto de hacerse mayor tiene sus desventajas (por eso del paso inexorable del tiempo) pero también tiene muchas ventajas: hacer lo que me dé la realísima gana. ¡Feliz 2019!
Amiga, de lo que se entera uno, ahora entiendo más tu rechazo a la Iglesia y espero que podamos compartir momentos de autocuidado
Contigo siempre! Y pese al «rechazo» como tú dices, que sepas que las Oblatas son mi debilidad, sobre todo, ya que estamos en momento «confesiones», después que una me salvara la vida (literalmente). Un abrazo fuerte!!!